Frente al mal en el mundo
P. Fernando Pascual
18-10-2020
La fuerza del mal se hace
visible en grandes hechos o en sencillas situaciones cotidianas.
Una batalla, con todos sus
horrores, muestra acciones y sufrimientos que destrozan directamente la vida de
miles de soldados y civiles, e indirectamente las existencias de un número
incontable de familiares.
Una crisis económica
desencadena sufrimientos y angustias en millones de personas, en ocasiones
hasta provocar hambres y epidemias que causan muertes innumerables.
Una legislación que permite,
incluso que financia con dinero público, el grave delito del aborto lleva a la
muerte a miles de hijos en el seno de sus madres, y a los sufrimientos que a
corto o a largo plazo experimentarán las mujeres que abortaron.
En lo cotidiano también hay
males que destruyen, que angustian, que generan heridas que duran meses,
incluso años.
Unos esposos que se pelean
ante sus hijos, o que los tratan con desprecio, hieren profundamente a quienes
esperan encontrar en sus padres ayuda y buenos ejemplos.
Un hijo que desprecia a sus
padres ancianos, que busca privarles de su casa o de sus bienes materiales,
provoca una pena indescriptible en quienes dedicaron a ese hijo lo mejor de su
tiempo y sus energías.
Un joven que juega con los
sentimientos de otra persona, que abusa de su confianza, que finge amores para
luego abandonar a esa persona, deja heridas afectivas que pueden duran toda la
vida.
La lista de males de nuestro
mundo parece interminable. Muchos de ellos llegan a nuestras vidas: basta con
mirar nuestro propio corazón para encontrar cicatrices profundas, y también,
algo que nos duele mucho, para tener que reconocer que no pocas veces fuimos
verdugos...
Frente al mal casi infinito de
nuestro mundo, necesitamos esperanza, misericordia, consuelo. No podemos vivir
ahogados por tanta sangre y tantas penas interiores.
Encontraremos muchas veces
manos amigas entre quienes están cerca. Pero, sobre todo, si tenemos un alma
despierta, reconoceremos una presencia que ofrece la curación definitiva:
Cristo que vino al mundo.
En Cristo tenemos paz, fuerza,
medicina, ayuda, perdón. El Maestro es la respuesta definitiva y completa
frente al mal de este mundo, frente a los males interiores que tantas veces nos
han hecho esclavos del pecado.
Hoy puedo mirar su Cruz para
pedirle misericordia. Entonces se produce el gran milagro de la curación
definitiva, de la limpieza de los pecados, de la luz que enciende un amor que
se llama caridad y que nos lanza a ayudar a tantos hermanos necesitados de
manos buenas y de corazones acogedores...