DAD AL CESAR
Y DAD A DIOS
Más
o menos todos conocemos la frase que citan, en boca de Jesús, los relatos
evangélicos: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”
Hemos,
tal vez, escuchado sesudas disquisiciones de lo que le corresponde a cada uno.
Hemos
intentado poder separar, intelectualmente, cada realidad pata establecer sus
debidas correspondencias. Son conjeturas de nuestro intelecto puesto que Jesús
no realiza explicitaciones sobre su frase sino que se limita a realizar el
enunciado de la misma.
Muchas
veces olvidamos una realidad muy propia de su tiempo y su cultura y, creo, es
algo que debemos tener en cuenta para poder aplicarlo a nuestra vida.
Lo
primero que debemos saber ver es la afirmación que hace Jesús y que responde a
una creencia muy propia de su tiempo.
Jesús
separa a Dios del César poniendo bien en claro que el César no es Dios y con
tal afirmación se opone a una creencia muy común entre los romanos y su pueblo.
Para
ellos, como lo habría de ser para muchas otras culturas, el César, por función
y tarea era dios y, por lo tanto, merecía respeto, docilidad y sumisión.
Sus
deseos y proyectos eran los de un dios y por ello había que acatarles e
involucrarse.
Jesús
es bien claro y tajante. El César no es Dios y por ello no se le debía la
adoración y la sumisión que se le brindaba.
Por
ello al escuchar tal frase nos debemos preguntar por todos esos falsos dioses
que asumimos a lo largo de nuestra vida y que nos hacen transitar por caminos
equivocados.
Parecería
como que la sociedad se encarga de distraer nuestra mirada con falsos dioses
pretendiendo lograr sumisión y pérdida de identidad.
Muchas
veces asumimos dioses sin percatarnos de ello y cuando nos damos cuenta somos
parte de su séquito y nos cuesta salir de su influencia.
Podríamos,
aquí, hacer un prolongado listado de esos dioses actuales que ocupan en
nuestras vidas el lugar del César.
No
serán personas pero son realidades más sutiles que dicen de manipulación y
alienación.
Todo
lo nuestro hace referencia a Dios y, por lo tanto, es muy sencillo poder
suponer lo que a Él debemos brindarle pero para ayudarnos en esa tarea Dios ha
querido hacerse hombre en la persona de Jesús para que sepamos contenido y
modalidad de lo que debemos brindarle a Dios.
Son
esas realidades personales con las que nos sabemos constructores de un mundo
más justo y fraterno.
Las
cosas de Dios no se la damos viviendo encerrados en nosotros mismos ni entre el
cumplimiento de algunos rituales sino intentando actuar en coherencia con ese
Jesús en quien creemos.
Jesús
nos muestra que lo suyo fue un salir a la intemperie para encontrarse con
aquellos que tenían realidades humanas insatisfechas y hacer lo que estaba a su
alcance para solucionar esas carencias.
Por
ello es que evangelización comienza con humanización y es imposible no subrayar
tal cosa.
En
oportunidades pensamos que evangelizar es enseñar a mirar hacia arriba para no
perder de vista a Dios. Evangelizar es buscar medios que ayudan a dignificar al
otro y a su existencia. Lo dice muy claramente el apóstol Santiago en su carta:
“Si vemos a alguien con frío no podemos limitarnos a decirle que Dios le ama si
no le entregamos una frazada primero”
Por
ello esta frase de los relatos evangélicos que nos ha ocupado en este artículo contiene
un inmenso caudal de interrogantes que debemos realizarnos.
Jesús
no es un teórico ni se quedó en el tiempo. Posee una vigencia que no podemos
despreciar pero, también, siempre está apuntando a que tengamos un estilo de
vida mejor.
Padre
Martin Ponce de León SDB