DOMINGO: EL DÍA DEL SEÑOR

Padre Arnaldo Bazán

 

Los judíos, en forma diferente de la de otros pueblos, sólo tenían nombre para un día de la semana, el sábado, que por mandato expreso consagraban a Dios. De ahí que llamaran “primer día de la semana” al que seguía inmediatamente al sábado.

Los primeros cristianos eran todos judíos y, como tales, se mantuvieron fieles a las prescripciones de la ley mosaica, incluyendo la guarda del sábado y la asistencia, en ese día, a la sinagoga.

Sin embargo, sintieron desde los comienzos una especial predilección por el “primer día de la semana”, en el que solían reunirse para recordar un hecho trascendental: la resurrección de Jesús.

Todos los evangelistas están de acuerdo en que fue en ese día que Jesús se levantó victorioso de la tumba, tal y como lo había prometido, “al tercer día” de su muerte.

San Mateo dice: “Pasado el sábado, al despertar el alba del primer día de la semana...” (28,1).

San Marcos: “Y muy temprano, en ese primer día de la semana...” (16,2).

San Lucas: “El primer día de la semana, muy temprano...”(24,1).

San Juan: “El primer día de la semana, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro...” (20,1).

La primera reunión de Jesús resucitado con los apóstoles tiene lugar, precisamente, “la tarde de ese mismo día, el primero de la semana”, como lo consigna Juan (20,19).

Esta fue la ocasión en que Tomás se encontraba ausente. Juan, líneas más abajo señala: “Ocho días después, los discípulos estaban de nuevo reunidos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús...” (20,26). Es decir, que la segunda reunión tuvo lugar también un “primer día de la semana”.

Años más tarde notaremos que, reunirse el mismo día de la resurrección de Jesús es ya una costumbre entre los cristianos. En su libro de los “Hechos de los Apóstoles” dice Lucas: “El primer día de la semana, estábamos reunidos para la fracción del pan, y Pablo, que pensaba irse al día siguiente, conversaba con ellos” (20,7).

El mismo Pablo, en su primera carta a los Corintios, da como un hecho esta situación: “En cuanto a la colecta en favor de los santos, sigan ustedes también las reglas que les di a las iglesias de Galacia. Cada domingo, todos ustedes guarden lo que hayan podido ahorrar, de modo que no esperen mi llegada para recoger las limosnas” (16,1-2).

Un precioso testimonio sobre la utilización del “primer día de la semana” o “día del sol” como lo llamaban los romanos, para la reunión eucarística, la encontramos en la primera apología de san Justino en defensa de los cristianos. Hemos de recordar que su autor fue martirizado el año 165.

Se expresa así Justino: “El dia llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles o los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita”.

Poco más adelante dará la explicación de por qué se reúnen en tal día: “Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque este día es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea, el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a la consideración de ustedes” (Capítulos 66-67, PG 6,127-231).

Eusebio de Cesarea, en su “Historia Eclesiástica”, obra escrita a principios del siglo IV, ya denomina como “domingo” al primer día de la semana.

Hablando en el capítulo 27 del libro III sobre la herejía de los ebionitas, entre otras cosas dice que éstos “lo mismo que aquellos (los judíos), observaban el sábado y lo demás de la disciplina judaica. Sin embargo, los domingos celebraban ritos semejantes a los nuestros en memoria de la resurrección del Salvador”.

Más adelante, refiriéndose a cierta discusión que tuvo lugar a finales del siglo II sobre la fecha más apropiada para la celebración de la Pascua, dice Eusebio: “Para tratar este punto hubo sínodos y reuniones de obispos, y todos unánimes, por medio de cartas, formularon para los fieles de todas partes un decreto eclesiástico: que nunca se celebre el misterio de la resurrección del Señor de entre los muertos otro día que en domingo, y que solamente en ese día guardemos la terminación de los ayunos pascuales” (Libro V, capítulo 23).

Es curioso que mientras en las lenguas sajonas se ha conservado la expresión “dia del sol” (Sunday en inglés, Sonntag en alemán), las lenguas romances siguieron la expresión latina propia de los cristianos que era “dominica die” o “día del Senor”.

De ahí “domenica” en italiano, “dimanche” en francés y “domingo” en español, por solo citar tres de estos idiomas.

Hoy, lamentablemente, ya no sabemos muy bien a qué señor pertenecen los domingos, ya que mucha gente los emplea para todo menos para alabar a Dios.

El Concilio Vaticano II hizo una revaloración del domingo en una de sus Constituciones. Copio un párrafo que no necesita comentario:

“La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que “los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro 1,3). Por eso, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentar-se e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y núcleo de todo el Año Litúrgico”. (Constitución Sacrosanctum Concilium, número 106).

Se sabe que los primeros cristianos apreciaban tanto la celebración eucarística del domingo, que solían exclamar: “Sin el domingo no podemos vivir”. ¿Será así en los tiempos actuales?

Arnaldo Bazán