UN DRAMA PERSONAL: LA APOSTASÍA
Padre Arnaldo Bazán
La palabra apostasía nos habla de
una decisión a la que se llega en épocas de crisis o de abatimiento. Puede que
se trate, también de un reconocimiento de que, aquello que uno entendía como
"sus" creencias, nunca lo fueron de verdad.
Este problema de la apostasía, como
el de creer, es una decisión personal que muchas veces crea una situación
dramática y dolorosa, por ser un rompimiento con algo tan íntimo que constituye
parte de uno mismo.
Hay momentos en que esta apostasía
se torna masiva. Este fenómeno puede darse por distintas causas. Analicemos
algunas de ellas.
EL
MIEDO CREA APÓSTATAS
Los primeros apóstatas entre los
cristianos surgieron durante las grandes persecuciones. Es muy cierto que los
más prefirieron la muerte a abandonar sus creencias. Pero hubo otros que,
llenos de miedo, cedieron ante la tentación.
Muchos no apostataron totalmente,
en el sentido de que no dejaron de creer en su interior, ni tampoco se pasaron
al bando contrario de modo sincero, sino que disimularon su fe para evitar los
castigos.
Esto fue motivo de grandes
controversias entre los cristianos, pues pasada la persecución, muchos volvían
y no todos los que habían perseverado eran partidarios de que se les admitiese
como si tal cosa.
Otros abandonaron completamente su
profesión cristiana y hasta se dedicaron a perseguir a los creyentes.
Esto, que ocurrió en los comienzos,
se ha ido repitiendo trágicamente en los momentos difíciles que se han
sucedido, lo que ha llegado hasta el día de hoy. Para probarlo solo tenemos que
pensar en lo que ocurrió en Cuba, donde tantos, por miedo, dejaron de ir a la
iglesia y han estado disimulando, por muchos años, esperando una oportunidad
para reintegrarse. Los hubo también que se volvieron comunistas y apostataron
conscientemente de su fe.
Hoy en día solo practica la fe
apenas el uno por ciento de la población, aunque todo parece indicar que con la
agonía del régimen, ese número irá aumentando paulatinamente.
LOS
QUE VEN LA RELIGIÓN COMO UN REFUGIO
Esta es una apostasía que se
convirtió en masiva, de la noche a la mañana, para muchos que vivían dominados
por el comunismo en Europa Oriental.
Se han dado casos curiosos. En
Alemania del Este, por ejemplo, se notó enseguida. El primer domingo después de
la caída del muro de Berlín, muchos que acudían puntualmente a la iglesia,
dejaron de asistir. Ya no les hacía falta. Acababan de encontrar una nueva
libertad y salieron del refugio en que se encontraban.
Así respondía un joven, interrogado
por el sacerdote de la parroquia a la que solía frecuentar.
Esto mismo les ocurre a muchas
personas cuando cambian de ambiente, de país o de trabajo. Antes acudían a la
iglesia casi sin pensarlo. Ahora que se les hace más difícil por cuestiones de
distancia, de lengua o de desconocimiento, van dejando la práctica hasta que la
abandonan por completo.
APOSTASÍA
DE LOS JÓVENES
El caso de los jóvenes es
diferente. Su apostasía tiene algo de defensa y de atrincheramiento, lo que no
significa que sea, necesariamente, algo definitivo.
Cuando uno es niño todo lo recibe
de sus mayores, y acata las cosas que se le enseñan como verdad indiscutible.
Pero cuando llegan a la adolescencia comienzan también las dudas. Sobre todo
porque crecen las influencias del exterior.
Aun en el caso de hogares donde ha
habido una gran comunicación, los adolescentes y jóvenes comienzan a poner en
tela de juicio las enseñanzas y creencias de sus padres. En unos ocurre más
pronto que en otros, con diverso grado de virulencia.
Esta es una etapa necesaria para
arraigar y desarrollar la propia personalidad. Así deben verlo los padres, para
no tratar de continuar, testarudamente, insistiendo con los hijos en estos
momentos de crisis.
Hay que acompañarlos con la
comprensión, pero dejarlos a que ellos decidan por sí mismos, de modo que vayan
creando sus propias convicciones y luego las acepten no porque sus padres se
las han enseñado, sino porque ellos ya las tienen como propias.
Solo entonces se pone fin a la
apostasía y viene una fe serena, más adulta y comprometida, que irá madurando a
medida que la persona logre, definitivamente, su realización personal.
Desconocer estos mecanismos puede
llevar a los padres a violentar el proceso y a conseguir, como única respuesta,
un empecinamiento de los hijos que los llevará a todo lo contrario de lo que
los padres pretenden conseguir.
REMEDIOS
No creo que exista una fórmula
concreta para curar la apostasía. Me parece que, como ya nos enseñó el propio
Jesús, el testimonio, la comprensión y el amor son los únicos remedios para
atraer a alguien que haya apostatado.
Hoy en día son muchísimos los
católicos alejados, por muchas razones diferentes, de las que hemos dado solo
unas pocas.
Ahí tendríamos que citar, por
añadir algunas más, los que se han divorciado estando casados por la Iglesia y
ya no quieren practicar; los que tuvieron un enojo con algún sacerdote; los que
sufrieron una desgracia de la que culpan a Dios; los que han caído en las
drogas u otro vicio que los aparta de la práctica de los sacramentos, etc.,
etc.
Abrámosles los brazos a todos
ellos. Quizás no tenemos una fórmula para sus problemas concretos, pero el amor
de Dios lo cubre todo. Comprendamos su situación y tratemos de ayudar, al
menos, con nuestra acogida fraternal.
Para aquellos que no parecen tener
remedio, siempre queda el recurso de la oración. Pidamos por ellos, esperando
que algún día vuelvan al seno de la Iglesia que abandonaron. Siempre puede
haber para ellos una esperanza si saben que no solo los
espera Dios, sino que también nosotros los estamos esperando con los brazos
abiertos.
Arnaldo Bazán