BANQUETE ELEGANCIA

Pedro Pedrojosé Ynaraja Díaz

 

Acababa mi última aportación con la siguiente pregunta ¿no faltó nada? ¿o sí?

Continúo, pues.

De vuelta de una comilona es frecuente comentar la calidad de los platos, la cantidad de los alimentos ofrecidos, el precio que costó, o que se supone tal festín y poca cosa más. No hay duda que tales comentarios seguramente corresponderán a la realidad y satisfarán a quien lo cuente. Pero si sólo ha sido esto el tal agasajo, le ha faltado un justo honor, sin que nadie se le ocurra quejarse.

La flor de un festín es el obsequio inesperado y carente de obligación alguna. El manjar se saborea y se digiere con mayor o menor satisfacción, el obsequio se conserva, o no se borra de la memoria.

Si me he estado refiriendo a la ausencia de tecnología espiritual en el proceder de Jesús, debo hacer una excepción refiriéndome a las comidas. Su presencia no dejó indiferentes a los asistentes, de manera que ningún texto evangélico ha guardado memoria del menú, en cambio sí de regalos.

La elegancia del vestido espiritual es el obsequio. Que sea espontáneo, innecesario e inesperado. Que cada uno se examine a sí mismo ante el espejo síquico de su conciencia.

Me desviaba. Vuelvo al principio.

Acostumbramos a decir que es más fácil escoger regalo para una mujer que para un varón. Curiosamente, quienes en el evangelio aparecen como protagonistas otorgantes son mujeres.

(debo advertir que la tradición occidental ha unido a tres mujeres que aparecen en el evangelio en un solo personaje, cosa que las Iglesias orientales no hacen).

Nuestra Magdalena puede ser la anónima mujer que en el banquete ofrecido por un fariseo por tierras de la Alta Galilea, al pie del Tabor, con sus lágrimas humedece los pies del Señor y con su cabellera se los seca, para refrescar y limpiar los pies del Maestro. Añadiendo gentilmente a tal gesto un perfume que traía en un precioso frasco. (Lc7,37)

El relato de Mc 14,13 cuenta un hecho en casa de Simón el leproso, que es semejante a lo que explica Jn 12,1. En ambos el espontaneo agasajo consiste en autentico y excelente perfume de elevado precio, de nardo puro, contenido en recipiente de alabastro. Los detalles no son baladís. El autentico nardo procedía de tierras del Himalaya, imitaciones se elaboraban en cercanos lugares y su precio y calidad era inferior. El recipiente era de suma categoría, pese a que no fuese elaborado con alabastro, sino más bien de fino cristal. (en el museo de la Flagelación de Jerusalén se conservan ejemplares de aquel tiempo y misma calidad).

 

Que las tres protagonistas coincidan con la hermana de Lázaro y con aquella que acompañó al Señor ayudándole y permaneciendo cercana en su agonía y muerte, de tal manera que mereciera ser más tarde la Apóstol de los Apóstoles, es tradición que guarda occidente y evoca con gran acierto la Provenza, especialmente y con gran devoción en La Sainte Baume, próxima a Aix en Provenza, en el sur este de Francia. 

 

Jesús no programaba y estudiaba sus actuaciones. Meditaba la misión recibida del Padre, que le entusiasmaba. Acudía a compartir con quien le invitaba a su domicilio y vivía y revivía su doctrina de acuerdo con los anhelos de su corazón. Invitadas o no, las agraciadas mujeres complementaban  la grandeza  del encuentro.

 

Mucho debemos aprender, dejando al lado tantas improductivas reuniones y proyectos, que entretienen a tantos enrolados en organizaciones organizadas de organismo, pese a que puedan ser reconocidas por las más altas esferas eclesiásticas.