Voz del Papa
¿Se dar mi tiempo?
José Martínez Colín
1) Para saber
Había
un Pediatra eminente que tenía un remedio infalible para los niños que habían
nacido débiles y les costaba aumentar de peso. Cuando llegaba el caso de uno de
esos niños, durante su ronda en el hospital, invariablemente escribía la
siguiente receta a la enfermera en turno: “Este niño debe ser ‘querido’ cada
tres horas”. Y solía darle resultado.
Pero
no solo los recién nacidos necesitan ser queridos. Los médicos están de acuerdo
en que muchas enfermedades, sobre todo de tipo psicológico, provienen de un
sentimiento de soledad. En el segundo capítulo de la Encíclica, “Fratelli
Tutti”, el Papa Francisco reflexiona sobre la parábola del “Buen Samaritano”.
Como recordamos, es un relato donde un individuo se encuentra medio muerto tirado
en el camino después de haber sido robado. Y aunque pasan un sacerdote y un
levita, no se detienen para ayudarle. Es un samaritano quien tiene compasión de
él y lo socorre. Al respecto, señala el Papa que aunque hemos crecido en muchos
aspectos, aún somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a las personas más
frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a
pasar de lado e ignorar esas situaciones (cfr. N. 64).
2) Para pensar
Hay
un acertijo que pone el escritor Michael Ende en su célebre libro “Momo”: Tres
hermanos viven en una casa. El primero no está, ha de venir. El segundo no está
tampoco: ya se fue. Solo el tercero, menor de todos está y sin él no existirían
los otros. ¿Qué es? La respuesta: el tiempo.
Es
un libro que vale la pena leerlo, pues tiene enseñanzas valiosas. El personaje
principal es una niña que vive sola llamada “Momo” que tiene una cualidad que
se va perdiendo cada vez: tenía tiempo para escuchar a los demás. La visitaban
muchos porque “sabía escuchar como nadie”, de tal forma que a los indecisos los
hacía seguros; a los tímidos, libres y valerosos; a los agobiados, confiados y
alegres…”.
La
gran enseñanza que nos da el buen samaritano, dice el Papa, es mostrarnos que la
existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es
tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro. Además de curarle y darle el dinero
al posadero para que lo atendiera, el samaritano le dio algo que este mundo
ansioso difícilmente otorga: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus planes
para aprovechar aquel día según sus necesidades, compromisos o deseos. Pero fue
capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró
digno de dedicarle su tiempo (cfr. n. 63).
3) Para vivir
Esta
parábola es un ícono iluminador que nos enseña cómo comportarnos ante el dolor:
ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los
salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del
dolor del hombre herido en el camino. Quienes pasaron de largo eran personas
con funciones importantes en la sociedad, pero no tenían en el corazón el amor
por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al
herido o al menos para buscar ayuda. El Papa Francisco nos invita a que miremos
el modelo del buen samaritano y así resurja nuestra vocación de ciudadanos constructores
de un nuevo vínculo social.
José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero (UNAM) y Doctor en Filosofía (Universidad
de Navarra).
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