COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO SEXTO: 5

Padre Arnaldo Bazán

“Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal"(6,9-13).

No pocos cristianos han tomado al pie de la letra las primeras palabras de estos versículos, de tal modo que son incapaces de orar con sus propias palabras, sino que solo saben repetir, como fórmulas aprendidas de memoria, el Padre Nuestro y otras oraciones.

Jesús no nos mandó rezar siempre de la misma forma. El nos puso un ejemplo, para que aprendamos a orar con sencillez a nuestro Padre, pidiéndole aquellas cosas que son más importantes para nosotros.

Si nos fijamos bien, este modelo que Jesús nos presenta, lo menos que pide son cosas materiales, enfatizando más bien nuestra necesidad de amar a Dios, santificar su nombre, aceptando incondicionalmente la voluntad del Señor en nuestras vidas. Le pedimos que su Reino se haga realidad entre nosotros, y que si lo hemos ofendido nos perdone, así como estamos dispuestos también a perdonar las ofensas de nuestro prójimo.

No pedimos que nos libre de las tentaciones, pues ellas forman parte de nuestra vida, sino que no permita que caigamos en ellas. Eso sí, que El nos libre del Maligno, que es el causante principal de todo el mal que existe, ya que sin su ayuda nada podremos contra tal enemigo.

Al darnos un ejemplo de oración, Jesús quiere que aprendamos a dirigirnos al Padre sin miedos, pues estamos hablando con quien nos ama y está siempre dispuesto a escucharnos.

Para hablar con Dios no necesitamos de libros ni oraciones que alguien hizo con toda su buena voluntad. Mientras menos los usemos sería mejor.

Claro que, como reconocen los santos, hay momentos en que tenemos que acudir a ellos, sobre todo en aquellos en que nuestra alma siente sequedad, pero que no sea lo habitual en nosotros.

Otra cosa es cuando estamos participando en la Liturgia. Esta es la oración oficial de la Iglesia, de modo que en ella nos unimos a Jesús que nos preside, y a los hermanos que comparten con nosotros la dicha de ser miembros de la familia de Dios.

Si bien las oraciones tienen que ser uniformes, lo importante es la forma en que participamos, poniendo el corazón en lo que decimos y escuchamos. Es entonces cuando nuestra oración tiene mayor parecido a la que hacen los bienaventurados en el Cielo.