NUEVA
NAVIDAD
Padre Pedrojosé Ynaraja Díaz
A uno puede emocionarle la
beatificación de un joven, o de dos jóvenes, entristecerle la pandemia o la
muerte de un amigo de toda la vida. Paralelamente, por los medios, aunque no
quiera, escucha estadísticas de las víctimas de los coronavirus, con voz tal
que semeja que se trate de los resultados de campeonatos deportivos. Entre
tanto piensa, proyecta, sueña y sin necesidad del diagnostico
clínico, debido a tal esfuerzo, se reconoce sujeto a estrés emocional. Que
dicho de paso, no es bueno, pero si preferible a ser un despreocupado caradura.
Tal situación me ha puesto de mal humor. Me indignaba. Le preguntaba al Señor
que debía hacer. Imaginaba que Él nunca había pasado un tal mal trago. Sin que
considere que fuera una revelación, descubrí que expulsando a los mercaderes
del Templo, sin duda alguna, se puso también de mal humor. Tal hallazgo me
tranquilizó.
El preludio viene a cuento de que
con ilusión había ido imaginando una celebración de Navidad que las leyes lo
permitiesen y le alegrara la conciencia. Recurrir a retrasmisiones de misa
televisivas no me gusta. Otro día lo explicaré.
Hace años un frutero del levante
español vio que su abundante cosecha de uva no conseguiría venderla a sus
clientes habituales. Tuvo entonces la ocurrencia de las doce uvas simultáneas a
las doce campanadas del inicio de año. Hoy tal ingeniosidad se ha convertido en
costumbre peninsular, un dogma de estas vacaciones, que nadie se atreve a
ignorar, aunque no cumpla. Algo así se podría inventar respecto a las
celebraciones opíporas festivas de estos días, que
sin elevado precio, pudiesen tener algún sentido, mientras saciasen también la
imaginación cristiana.
De repente advierte uno que sus
devaneos estaban centrados en la Navidad. En la celebración cristiana. No le
preocupan las cenas de empresa ni los banquetes que a tantos interesan.
Iba pensando y deseando compartir,
práctica de radical exigencia cristiana, cuando me doy cuenta de que la
solemnidad se me ha echado encima.
Mi colaboración semanal en prensa
de papel, no me permite más que 2000 caracteres, contando los espacios y debo
ser fiel a tal norma, por tanto el original que he enviado es mucho más corto a
este que ahora recibís. Internet es como un acordeon
que se estira lo que importe, a una carta a amigos le ocurre lo mismo. Ofrezco,
pues como anticipo, este texto advirtiendo que cuando la iniciativa la hemos
puesto en práctica, no sólo ha gustado sino que se recuerda con cierta
nostalgia siempre
Quien se sienta ilusionado, que lo
pruebe, algo le fallará probablemente, que no se decepcione y empiece ya a
imaginar lo que conseguirá en la próxima ocasión.
Aluden los medios a las
dificultades que este año supondrá la celebración de la Navidad. Ellos piensan
de otra manera.
Seamos conscientes de que ha
llegado la oportunidad de celebrar una Navidad cristiana auténtica, que alegre
hasta al mismo Dios. Nunca fue socialmente tan posible y oportuna
No improviso, algo semejante he
organizado en casa en más de un ocasión y a la sorpresa le ha seguido el gozo.
Se trata de preparar y organizar
una cena tal, que la misma Sagrada Familia se sentiría feliz acompañándonos,
vuelvo a repetir.
Primero tratar de vestirse lo más
parecido a como ellos se ataviarían. Sin que llegue a ser disfraz de comedia
barata.
Segundo, la iluminación de la estancia
será exclusivamente con lamparitas de aceite. Puede uno servirse de viejos
recipientes de cerámica o inservibles ceniceros. La mecha será de fibra de lino
(nada de algodón, lana o nylon).
El menú se limitaría a alimentos
muy propios de ellos, de nuestros huéspedes espiritualmente presentes. Pan de
cebada o de espelta, propio de la clase media o pobre, amasado y horneado en
casa. ¿Quién conseguiría que ni salga duro como una piedra, ni elástico como un
chicle? Es difícil tal textura (harina de cebada o de espelta se encuentra en
herboristerías. Por descontado, también por internet)
El vino no puede faltar en un
yantar mediterráneo, y ya que es gran fiesta, que sea aromatizado. De tal
selecta bebida se habla en la Biblia. Por internet abundan fórmulas. Sería muy
largo que yo ahora pusiera la lista de las que yo añado al caldo que compro.
Puede, de acuerdo con antiguas costumbres, utilizarse mosto, carente de
alcohol, apto para todos, incluso menores. (nosotros
servimos tal bebida caliente, este detalle no es tradición bíblica, es
costumbre centroeuropea actual).
En las alforjas llevarían ellos
tortas de higos, pescado seco, que ingerían acompañado de miel y tal vez
huevos. Bacalao o arenques pueden sustituir muy bien a los peces en salazón que
traerían ellos de Magdala.
Mas
que leche, cuajada, hecha en casa, imprescindible.
Leche, cuajada o yogur, presente ya
en relatos de tiempos patriarcales, Abraham en Mambré,
por ejemplo. El nuestro imprescindiblemente deberá ser elaborado en casa. Para
machacar lo apuntado, recuerdo que el profeta Isaías había anunciado que al
Mesías se le daría miel y requesón.
No pueden faltar granadas o su
jugo, presentado en elegantes recipientes, como lo ofrecería la amada del
“Cantar de los cantares” a su amado.
Los vecinos, sin duda, les
regalarían dátiles y almendras, preciada delicadeza. Es de suponer. Si no
fueron ellos se lo traerían las comadronas que acudieron a requerimientos de
José, de las que habla el Protoevangelio de Santiago.
Convencidos como estamos de tal
supuesta gentileza, nosotros elaboraremos turrón la misma noche, en la misma
mesa.
Hierba buena, calamenta,
tomillo o hinojo, dejadas secas las ramitas por el suelo. El pueblo judío
apreciaba mucho los aromas. Al movernos y pisar tales hierbajos, toda la
estancia queda perfumada. Sin tanto romanticismo, se pueden quemar bastoncitos
de incienso o de mirra, tan abundantes hoy en día en cualquier bazar chino.
A ellos, a nuestros invitados, real
y espiritualmente presentes, les recordará su Galilea y se sentirán felices celebrando
con nosotros su Navidad, que será también la nuestra.
No puede faltar la música, pero hay
que advertir que a ciertos villancicos les falta calidad, estética e ideológica
(los peces en el rio que brincan y bailan… al demonio que le han cortado la cola,
son ejemplo. Otros, los de autores literarios clásicos y melodías de músicos
selectos, son tan teológicos, que en tal evento familiar a nadie entusiasmaría.
Los invitados merecen buenas y
sencillas melodías, eso sí.
No puede faltar el “Adeste fideles”, cantado en todo
el mundo cristiano en latín, su lengua original. La preciosa e ingenua melodía
y texto “Noche de paz”, en el idioma de los presentes.
Sin olvidar nunca el primer
villancico, el que cantaron los ángeles a los pastores. Gloria in excelsis Deo…(la melodía de Taizé o una gregoriana. No es preciso llegar a la
grandiosidad del Mesías de Händel).
Navidad es fiesta popular, alegre,
por muy real que sea su origen histórico, no puede faltarle la ingenuidad
propia de niños, que tanto agradó al Maestro. Ahora bien, no puede ignorarse la
realidad de hoy, la hambruna, la pobreza imperante en más de medio mundo. Sin
ponerse trágicos, bueno será escuchar una buena interpretación, por ejemplo,
del “Cristo de Palapagüina”, escuchada con respeto,
pese a que en algún párrafo suene a herética.
El evento hasta ahora descrito,
pretende ser complemento de la misa. Nunca substituto.