Padre Arnaldo Bazán
Uno de
los problemas del creyente de hoy es la dificultad para encontrar un espacio de
silencio y comunicarse con Dios.
Siempre han habido obstáculos a la oración, pues la primera
molestosa que se interpone constantemente es nuestra propia imaginación. Por
eso santa Teresa la declaró “loca de la casa”.
Con todo,
es posible sujetar los sentidos y mantener la atención, siempre que estemos
consciente de que, para hablar con Dios, lo menos importante son las palabras.
Esta
confusión que con tanta frecuencia tenemos nos hace creer que la comunicación
con Dios es igual a la que tenemos con uno de nuestros semejantes, no dándonos
cuenta de que, para Dios, lo único importante es nuestro amor por El.
¿Qué
pensaríamos de un enamorado que, cuando está al lado de su amada, se dedicara a
comentar el tiempo, hablar sobre política o la II Guerra Mundial, y no se
concentrara en lo que más interesa a ambos?
No es que
yo esté diciendo que dos enamorados no puedan comentar la actualidad ni hablar
de cosas distintas a ellos, pero para uno que ama la presencia del amado debe
ser aprovechada en los que se relaciona con su amor.
De la
misma forma, cuando conscientemente nos ponemos ante Dios, lo único
verdaderamente importante es su amor por nosotros y nuestro amor por El. Santa
Teresa define la oración como “el tratar de amor con Aquel que sabemos que nos
ama”.
DE LAS
PALABRAS A LA CONTEMPLACIÓN
Cuando se
habla de contemplación tendemos a pensar que se trata de una actividad propia
de personas muy dotadas, los místicos, que son capaces de una concentración
absoluta y se elevan hasta Dios en forma diferente a los demás mortales.
Pero esto
es un error. La contemplación es para todos, por ser la mejor manera de
comunicación que podemos tener con Dios.
Lamentablemente,
la mayoría de nosotros usa el más común y menos apropiado de los instrumentos,
la palabra hablada.
Fue el
propio Cristo el que nos pone en guardia contra esta actitud: “Tú... cuando
quieras rezar, entra en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está
en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará (Mateo
6,6).
Son tres
puntos diferentes que podemos encontrar aquí: 1) entra en tu cuarto; 2) echa la
llave y 3) rézale a tu Padre.
1) Si lo
tomamos al pie de la letra tendríamos que decir que SOLO se puede orar dentro
de un cuarto cerrado. Esto sería tonto, pues el ejemplo que nos da el propio
Jesús, y que recogen los evangelistas, es que oraba en cualquier sitio.
Se trata,
pues, de la “recámara interior” de la que hablaba san Juan de la Cruz. Es
entrar en nosotros mismos, para estar “a solas”, como recalcaba santa Teresa,
con Aquel que nos ama.
¿No es,
precisamente, el ideal de los enamorados, estar “a solas”?
2) Por
cerrar la puerta debemos entender dejar fuera toda preocupación, y aún toda
persona y toda cosa. Cuando estamos con Dios “a solas”, nadie más debe entrar.
Todo lo demás debe quedar bajo “una nube de olvido”, que dice un autor anónimo
inglés del siglo XIV en su preciosa obra “La nube del no-saber”, que aprovecho
para recomendar a todos.
3) ¿Qué
debemos entender por “rezar”?
La
respuesta a esta pregunta es sumamente importante, pues no todo el mundo
entiende este verbo de la misma manera.
Según los
autores espirituales, lo menos importante del “rezar” es “recitar” palabras,
fórmulas u oraciones, sino “elevar el corazón a Dios”.
No se
trata, pues, de hablar, ni de pensar, ni de meditar, sino de “estar”.
Claro que
este “estar” no puede ser un simple permanecer en silencio. Se trata de una
“actividad”, de un ejercitar los impulsos amorosos hacia Dios, sin pensar en
nada, sin forzar la mente, sólo dejando que el corazón ame.
Al
principio esto puede parecer muy difícil, pero si lo ejercitamos un poquito nos
damos cuenta de que es mucho más fácil de lo que creemos, y nos llena de un
gustico que, poco a poco, nos hace acrecentar el deseo por la oración.
No nos
hagamos ilusiones, sin embargo. En medio de la barahunda
en que vivimos, tenemos que empezar por aprender a “sacar el tiempo” y, sobre
todo, a “entrar en el cuarto y cerrar la puerta”.
Cuando
comenzamos el día oyendo noticias, con el corazón agitado por los problemas con
los que debemos enfrentarnos, entrando en un frenesí de actividad que nos deja
exhaustos al final de la jornada, podemos estar seguros de que hemos perdido un
día sin haber podido disfrutar esos momentos con Dios que hacen que nuestra
vida tenga sentido y nuestra lucha un propósito para el futuro.
Arnaldo
Bazán