Lo que cambia y lo que dura
P. Fernando Pascual
5-12-2020
Un reloj se descompone. Una
lámpara deja de funcionar. Unas manzanas se pudren. Un mueble queda cubierto de
polvo y herido por la carcoma.
El mundo material que nos
rodea está sujeto a cambios. Muchos de esos cambios implican daño, desgaste,
destrucción.
Por otro lado, existe un mundo
espiritual que dura, que resiste a las acometidas del tiempo y a los golpes de
la vida.
Lo que guardamos en la
conciencia, lo que escogemos en un acto libre, lo que surge desde nuestro amor,
no puede destruirse: dura para siempre.
Por eso, lo más importante es
invertir en lo que vale, en lo que permanece, en lo que construye puentes entre
los hombres, en lo que nos acerca a Dios.
“No os amontonéis tesoros en
la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y
roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben” (Mt 6,19‑20).
Cada día encauzo mi mente y mi
corazón a tantas posibilidades. Lo que cambia, lo que está sometido a la
caducidad, puede ser útil durante días o meses, pero tarde o temprano termina.
Lo que dura por encima de todo
flujo, de toda erosión, de toda enfermedad, es aquello que hacemos desde Dios y
que nos lleva a amarle a Él y a los hermanos.
El mundo cambia, con más o
menos velocidad. El cielo permanece, porque recibe a quienes han sido salvados
por la Sangre del Cordero.
En cada momento decido cómo
invierto mi vida, una vida en la que se mezcla lo mudable y lo eterno. Lo
primero terminará, tarde o temprano. Lo segundo será acogido por Dios, y durará
para siempre...