COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO SÉPTIMO: 9

Padre Arnaldo Bazán

“Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos ustedes los reconocerán”(7,18-20).

No todos los árboles son frutales, pues algunos sólo sirven para dar sombra y otros nos brindan su madera con la que construimos toda clase de cosas.

Pero cuando se trata de árboles frutales es lógico que se espere de ellos que den fruto. Jesús compara a los seres humanos con los árboles frutales. También nosotros tenemos que dar fruto. O, de lo contrario, ¿para qué servimos?

Los frutos que se esperan de nosotros son de otra índole a la de los árboles. Lo nuestro es hacer el bien.

Es ahí donde se mide el valor de una buena persona. No en que sepa mucho, o sea hábil para manejar herramientas, o tenga cualidades especiales para ganar dinero o sea un buen comerciante, un profesional de fama, o un militar condecorado.

Todo esto está muy bien cuando las cosas las medimos por el éxito que se alcanza en esta vida, pero podemos andar muy errados si creemos que con ello estamos cimentando el futuro para la vida eterna.

Sabemos muy bien que hay personas con mucha fama, mucho éxito profesional, mucho poder económico o político, que lo deben a su esfuerzo.

Pero hay también otros que han llegado a ricos por los caminos de la explotación de los demás. Y muchos han conseguido el poder de que disponen por el uso de vías ilegales e inmorales, como existen en todas las clases sociales y todo tipo de profesión.

El cristiano no puede utilizar esos caminos que lo llevarían a la fama, al éxito o al poder. Por el contrario, tiene que rechazar con todas sus fuerzas el uso de tales medios.

Es posible que a un cristiano le cueste trabajo abrirse paso en los negocios, en su profesión, en sus empresas o proyectos por obrar de ese modo, pero es el único camino para conseguir el éxito total en el Reino de Dios.

Cuando descubrimos el verdadero sentido de esta vida, que nos ha sido revelado por Dios, sabemos que nada de este mundo vale la pena si al final perdemos la salvación. Ya lo dijo el mismo Jesús cuando afirmó: “Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?” (Lucas 9,25).