COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO
SÉPTIMO: 13
Padre
Arnaldo Bazán
"Cuando
Jesús terminó este discurso, la gente se quedó admirada de su enseñanza, porque
les enseñaba con autoridad, y no como los Maestros de la Ley"(Mateo
7,28-29).
Durante su juventud sabemos que
Jesús llevó una vida oscura en el villorrio de Nazareth.
Allí transcurriría su vida en forma más bien monótona, haciendo cada día casi
las mismas cosas.
Al principio trabajaría
probablemente con José, y luego, a la muerte de éste, seguiría solo con el
oficio.
Pese a esto dedicaría largos ratos
a la oración, e iría, por supuesto, cada sábado, a la sinagoga.
Sería el ejemplo de todos, sin nada
extraordinario que llamara la atención. Y, por supuesto, salvo los obligados
viajes anuales a Jerusalén, pocas veces dejaría el pueblo que le vio crecer.
Si hubiera estado en otros países,
como algunos tratan de hacer creer, o pasado largo tiempo fuera de Nazaret, sus
compoblanos habrían comprendido el por qué de su sabiduría.
Pero cuando los visita por primera
vez después que comienza a predicar, todos se extrañan de la fama que ha ido
adquiriendo en tan poco tiempo, y se admiran de su forma de hablar y de
comportarse. ¿No es éste el hijo del carpintero?, dirán.
El que antes no llamaba la
atención, como no fuese por su ejemplar comportamiento, hace ahora hablar a
todos, pues se sienten impresionados por su varonil entereza, por su verbo
encendido, por su forma de convencer y de enseñar.
Nadie sabe cómo ha podido El
aprender tales cosas, ni como se atreve hasta a refutar las mismas enseñanzas
de los escribas, fariseos y maestros de la Ley, tan versados en ella, por haber
dedicado su vida al estudio de las Escrituras.
Lo que ellos sí saben es que El
habla con una autoridad especial, que obliga a ponerle atención, pues ante El
sienten la presencia del propio Dios.
Oírlo a El
es diferente que cuando escuchan a los Maestros de la Ley, pues éstos hablan
muy bonito de Dios, pero sin que pongan vida y corazón en lo que dicen.
El, por el contrario, parece
hablarles en una forma sobrehumana, como si por su boca estuviera hablando Dios
en persona.
Lo menos que podían pensar es que
nunca habían oído a nadie hablar así, y que si éste no era el Mesías tenía que
ser alguien que estuviese muy, pero muy cerca de la Divinidad.
Arnaldo Bazán