Palabras que cambian vidas
P. Fernando Pascual
4-1-2021
Una capa de cemento ha
cubierto las mentes y los corazones de millones de personas que piensan y viven
según frases hechas, tópicos, sofismas, incluso mentiras repetidas miles de
veces.
Por eso hay tantas personas
que consideran el aborto un derecho, y no pueden ver lo que ocurre en cada
aborto. Incluso no quieren verlo: por eso censuran vídeos que simplemente
reflejan la realidad.
Como también hay tantas
personas que piensan que todas las religiones son iguales, cuando un mínimo de
lógica y de honestidad nos hace comprender que no puede ser igual afirmar que
Cristo es Dios hecho Hombre, o afirmar que la salvación está en el Corán, o en
el budismo, o en religiones tradicionales.
La lista de tópicos es mucho
más larga. También es cada vez más larga la lista de acciones orientadas a
acallar a quienes digan lo contrario de lo que imponen ciertas mayorías, o
grupo de presión, o millonarios famosos. Basta con pensar en formas absurdas de
censura en las redes sociales.
Ante un panorama así, surge la
pregunta: ¿sirve para algo defender la verdad? ¿Tiene sentido luchar contra los
prejuicios? ¿Vale la pena afirmar que dos y dos son cuatro si el “gran hermano”
acaba de decir que puede ser cinco o tres?
Además, cada vez son más las
acciones concretas que impiden la verdadera libertad de expresión.
Universidades prohíben ciertas conferencias con la excusa de no herir
sensibilidades. Programas televisivos excluyen a invitados que digan lo
contrario de quienes tienen el control de las ideas.
Incluso se llega a enjuiciar,
juzgar, encarcelar, a quien recuerde la doctrina sexual de la Iglesia católica,
a quien diga que hay actos moralmente malos, a quien defienda que el matrimonio
existe solamente entre un hombre y una mujer.
Quizá el miedo empieza a
triunfar. Los tiranos del pasado lo sabían muy bien: la gente asustada no
obstaculizaba sus planes de poder. Los tiranos del presente también lo saben,
sobre todo cuando ven cómo aquellos que podrían decir las cosas claras ya no se
atreven a defender lo básico de su propia fe.
A pesar de todo, hoy, como en
el pasado, habrá hombres y mujeres que digan no solo que el rey está desnudo,
que la vida humana es digna desde la concepción, y que la eutanasia es un
asesinato, sino que tengan una fuerza moral que les permita ayudar a otros a
abrir los ojos y encontrar la verdad.
Hoy, como siempre, hay
palabras que cambian vidas. Son las palabras de sabios buscadores, como
Sócrates, al que mataron pero que no deja de hablar después de más de 2400
años. Son las palabras de profetas buenos, como Juan el Bautista, que
anunciaron al Mesías.
Son, sobre todo, las palabras
de aquel Galileo que anunció el Reino, que consoló a los tristes, que perdonó
pecados, que dio testimonio del Padre, y que se declaró Hijo de Dios. Lo
mataron, pero la muerte no pudo detenerlo, y por eso vive para siempre.
En nuestros días las palabras
de Cristo cambian los corazones, iluminan las mentes, infunden esperanza,
limpian pecados, abren el mundo a algo mucho más poderoso que el mal y que la
muerte: al corazón de un Padre que es rico en misericordia y que acoge a todo
aquel que confiese que Jesús es el Señor y Salvador del mundo.