CAPÍTULO
OCTAVO: 11
Padre
Arnaldo Bazán
"Y
aquellos hombres, maravillados, decían: “¿Quién es éste, que hasta los vientos
y el mar le obedecen?” (8,27).
¿Cómo no iban a estar maravillados?
Lo que acababan de experimentar era algo único, difícil de creer.
Pero les había pasado a ellos, que se
veían ya a punto de perecer en aquella súbita tormenta.
Aunque algunos de ellos eran
marinos experimentados, pues desde pequeños habían estado surcando aquel lago
que a veces resultaba peligroso, solo contaban con una embarcación pequeña, no
preparada para enfrentarse a las poderosas olas que se formaban con un fuerte
viento.
Si antes llegaron a sentirse
aterrados, ahora experimentaban una alegría indecible, pues se veían salvados
por la fuerza poderosa y divina de su Maestro.
Ellos estaban comenzando a
conocerlo. Sabían que en El había algo muy especial.
Quizás sería el Mesías o, al menos, un profeta como los antiguos, de los que
hacía siglos no había habido ninguno en Israel.
Juan el Bautista, tenido por por todos como un profeta, no había realizado ningún
milagro, solo hablado como puede hablar un enviado de Dios.
Pero en el Antiguo Testamento se
narran los prodigios realizados por varios profetas, como Moisés, Samuel,
Elías, Eliseo y otros. Su palabra estuvo acompañada de signos que aseguraban a
la gente que se trataba de verdaderos profetas.
Y aunque el hacer milagros no era,
necesariamente, una señal segura, con todo, el pueblo de Israel, duro de
cabeza, había necesitado de ellos para que su falta de confianza en Dios se transformase
en una fe inquebrantable.
Por eso, ante aquel gran milagro
obrado por Jesús, al hacerse obedecerse por el viento y las olas, hicieron
sentir a aquellos temerosos discípulos que se encontraban ante la presencia de
Alguien superior. Con todo, a pesar de todo lo que habían visto y seguirían
viendo, se mantendrían dudosos hasta más allá de la resurrección de su Maestro.
Ya Jesús los había puesto al descubierto al llamarlos “hombres de poca fe”.
Pero, a pesar de todo, El confiaba en estos pobres seres humanos, a quienes
entregaría el liderazgo de la futura Iglesia.
No fueron elegidos por ser los
mejores, sino por puro designio de Dios. Como nosotros, que también hemos sido
llamados, como discípulos de Jesús, a colaborar con su obra. Muchas veces
dudamos, pero el Señor nos sostendrá a pesar de nuestra frágil condición
humana.
Arnaldo Bazán