Un modo sencillo de meditar
con la Escritura
P. Fernando Pascual
10-1-2021
Aprender a meditar es un deseo
profundo de los corazones. Está presente desde el inicio de la Iglesia: los
primeros discípulos pidieron a Jesús que les enseñase a orar (cf. Lc
11,1).
A lo largo de los siglos, los
cristianos han buscado maestros que les explicaran el arte de la oración. Una
bella historia que narra este deseo de maestros se encuentra en una obra
anónima del siglo XIX, “El peregrino ruso”.
Entre los muchos métodos que
existen, hay uno que tiene su origen en una propuesta de san Pacomio (siglo
IV). Consiste, simplemente, en escoger un texto muy breve de la Biblia y
repetirlo en diversas situaciones de la jornada.
Así lo explicaba el padre
Tomás Spidlik, sacerdote jesuita que fue nombrado cardenal por el Papa Juan
Pablo II. Estas son sus palabras:
“Por la mañana te aprendes de
memoria un pequeño texto de las Escrituras, solo un versículo que parece
adecuado. Luego se repite durante el día como una oración jaculatoria.
Utilizándolo en situaciones concretas se puede comprender mejor el significado
del texto y sus aplicaciones prácticas” (texto tomado del libro “Sentire e
gustare le cose internamente”, Lipa, Roma 2006).
De un modo tan sencillo,
asequible a todos, el bautizado puede aprender a orar desde los textos que
encontramos en la Sagrada Escritura. Además, añadía el P. Spidlik, de esta
manera “saboreamos la dulzura de la palabra divina y la aceptamos como la regla
que dirigir nuestras vidas”.
¿Cómo empezar? Lo más
asequible sería escoger un versículo que ya conocemos por haberlo escuchado
muchas veces, o porque se nos quedó grabado en el corazón.
“Señor, ábreme los labios, y
mi boca proclamará tu alabanza” (Sal 51,15-17).
“El Señor es mi pastor, nada
me falta...” (Sal 23,1).
“¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Mc
9,24).
“Yo estoy con vosotros todos
los días hasta el final del mundo” (Mt 28,20).
Cada uno puede escoger o
encontrar ese versículo, breve y vibrante, con el cual caminar durante un día.
Entonces un apagón de luz, la
alegría al leer un mensaje electrónico, el abrazo de un familiar que viene a
visitarnos, todo adquirirá un nuevo sabor, porque estará iluminado por la
Palabra de Dios.
Parece sencillo... pero tal
vez no sea fácil aplicarlo, sobre todo en un mundo como el nuestro, lleno de
prisas, de mensajes, de ruido, de asuntos pendientes, de distracciones fáciles
y absorbentes.
A pesar de los obstáculos,
vale la pena intentarlo, como uno entre tantos otros caminos con los que la
larga tradición de la Iglesia católica nos introduce en ese horizonte
maravilloso de la oración, que consiste, simplemente, en el diálogo íntimo y
cordial con un Padre que nos ama en su Hijo y nos consuela con el Espíritu
Santo...