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AL EVANGELIO DE SAN MATEO
CAPÍTULO NOVENO: 4
Padre Arnaldo Bazán
"El se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente
temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres"(9,7-8).
El paralítico perdonado y curado se
había levantado y con su camilla a cuestas se había marchado. Y la gente se
quedó estupefacta, como era de esperar ante tamaño milagro. Con todo, se ve que
no habían captado la intención con que Jesús respondió a las murmuraciones de
los maestros de la Ley, pues siguieron considerándolo como un simple hombre, al
que Dios había dado un gran poder.
Jesús no esperaba más de los que
contemplaron el prodigio. Eran judíos, que tenían un sumo respeto por Dios, y
no podían siquiera imaginarse que El fuera el mismo Dios hecho hombre. Eso no
cabía en la cabeza de un israelita.
Lo que el Maestro se proponía era
irlos preparando para que pudiesen aceptar todas las revelaciones que El, poco
a poco, iría haciendo.
Por supuesto que en ellas no habría
contradicciones con lo enseñado en el pasado al pueblo de Israel. Por el
contrario, lo revelado hasta entonces sería la base para comprender las nuevas
enseñanzas que Jesús daría.
Por eso resultó, a pesar de todo,
mucho mucho más fácil a los judíos aceptar la
doctrina cristiana que a los paganos, acostumbrados a ver dioses por todas
partes, y a tratarlos como si tal cosa, ya que su religión no iba dirigida a
amar a Dios y servirlo, sino a usar de los dioses y buscar en ellos excusas
para toda clase de desafueros.
Por eso no nos tiene que extrañar
que el libro de los Hechos diga que el día de Pentecostés se convirtieron tres
mil personas, todos ellos judíos (2,41) y que cada día se aumentase el número
de creyentes.
Ver al verdadero Dios tan cerca de
los hombres es algo inconcebible para el ser humano. Por eso trató de minimizar
la grandeza del Creador multiplicándolo en dioses hechos a imagen y semejanza
del hombre, para así poder tenerlos, ¡vana ilusión!, a su servicio. Dios, sin
embargo, se acerca al hombre para redimirlo de sus miserias y darle su amor. Y
por esto sí que debemos dar gloria a Dios, pues ha dado tal poder al ser humano
que lo ha hecho poco inferior a los ángeles (Salmo 8), más que eso, su hijo de
adopción.
Arnaldo Bazán