CADA DÍA SU AFÁN
FIDELIDAD Y TESTIMONIO
El
día 2 de febrero, fiesta de la Purificación de María y de la Presentación de
Jesús en el templo, se celebra en la Iglesia Católica el día de la vida
consagrada. Una buena ocasión para que todos los católicos nos detengamos a
recordar lo que significan y aportan los hermanos y hermanas que se han
entregado al Señor con una especial consagración.
El
día 29 de junio de este año 2021 se cumplirá medio siglo de la publicación de
la exhortación apostólica Evangelica testificatio del papa Pablo VI, sobre la renovación de la vida religiosa según
las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Al releer ahora aquel importante documento, recordamos el
movimiento de revisión y renovación que surgió en toda la Iglesia. Un
movimiento que llevó a los diversos institutos de vida consagrada a preguntarse
qué era lo que habría que conservar y qué se debería cambiar en sus
constituciones, hábitos, estructuras y formas de presencia en la sociedad.
Hoy llama la atención el análisis que por entonces hacía
el Papa de los valores y las búsquedas de la sociedad de la segunda mitad del
siglo. Y la consideración del entramado psicológico de las personas en general,
de los católicos y, más en concreto, de las personas consagradas.
Es interesante ver cómo, retomando las palabras y el
espíritu del Concilio, Pablo VI subraya el valor dinámico y social de los votos
religiosos. La castidad como donación de amor y de ternura a los que se sienten
abandonados. La pobreza como respuesta a un consumo desenfrenado y como ejercicio
de solidaridad con los desheredados de la tierra. La obediencia como desafío a
la indiferencia y propuesta de fraternidad en vista del bien común.
No es extraño que en aquella exhortación aparezca veinte
veces la palabra “testimonio” y otras diez veces la referencia al “seguimiento”
de Cristo. La fidelidad al evangelio había de ser el criterio para orientar la
vida profética de los religiosos y religiosas, en una sociedad que se creía
autosuficiente e invulnerable hasta el punto de no necesitar la salvación.
A pesar de esa
apariencia, Pablo VI intuía las hondas necesidades del ser humano, amenazado
siempre por la soledad y la indiferencia de los demás. Por eso escribía al
final de su exhortación: “La aspiración de la humanidad a una vida más
fraterna, a nivel de las personas y de las naciones, exige ante todo una
transformación de las costumbres, de las mentalidades y de la conciencia. Tal misión,
común a todo el Pueblo de Dios, es vuestra por título particular”.
He ahí unos sentimientos y valores que, cincuenta años
después y en medio de la tormenta causada por el coronavirus, ha retomado el
papa Francisco en su encíclica “Fratelli tutti” como aplicables a la Iglesia, con relación a toda la
comunidad humana.
José-Román Flecha Andrés