COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO NOVENO: 14

Padre Arnaldo Bazan

"Salían ellos todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: “Jamás se vio cosa igual en Israel”. Pero los fariseos decían: “Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios”(9,32-34).

En los últimos versículos Mateo nos presenta varios milagros realizados con diferentes personas. La primera fue el endemoniado en la tierra de los gadarenos. Luego la curación de la hemorroísa y la resucitación de la hija de Jairo, y ahora el endemoniado mudo.

En todos estos casos Jesús demuestra su poder, no sólo sobre las enfermedades y fuerzas naturales, sino también, y por encima de todo, sobre las fuerzas demoníacas, es decir, todo ese reino del mal simbolizado por Satanás y sus secuaces.

Es un misterio para nosotros el por qué Dios permite que, en algunos casos, el demonio pueda poseer a una persona inocente. Hay personas que con su forma de vivir están invitando al diablo a que los posea. Pero hay otros casos en que las personas, al menos aparentemente, son buenas.

Tendríamos que distinguir entre aquellos casos en que se trata de una enfermedad sicológica, que puedan parecer como una posesión diabólica, y otros en que realmente esta posesión existe.

La Iglesia es la primera en mostrar cautela, pues ordinariamente Satanás no tiene poder para someter a su voluntad a alguien que está en la gracia de Dios. El único poder verdadero es el divino. Como quedó demostrado en las tentaciones de Jesús en el desierto, el diablo nada puede contra El.

En el caso que nos presentan estos versículos parece ser que fue una verdadera posesión. Y Jesús obliga al diablo a liberar a aquel hombre, que de inmediato recuperó el habla.

Algo queda claro: Nada de lo que hiciera Jesús convencería a sus enemigos de que era el Mesías que el pueblo esperaba.

No es que negaran su poder, pues éste estaba completamente demostrado. Pero entonces todo lo tergiversan, acusando a Jesús de que ese poder que tiene se lo ha dado el propio Príncipe de los demonios, es decir, Satanás.

¡Qué distinta la reacción del pueblo humilde! Ellos se han cuenta de que quien actúa verdaderamente es Dios, por medio de Jesús. Por eso están admirados de tal manera que reconocen que nunca antes se había visto cosa igual en Israel.

Para creer no basta ver milagros. La fe exige una humildad de la que aquellos fariseos carecían totalmente.