Personas e instituciones
P. Fernando Pascual
7-2-2021
El centro de toda la vida
social, si está sanamente configurada, es la persona en su contexto básico: la
familia.
Las demás instituciones tienen
sentido para el bien de las personas y de las familias.
Por eso es más importante un
trabajador que su fábrica, un ciudadano que su región o su Estado, un enfermo
que el hospital que lo asiste.
Existe a veces el peligro de
dar demasiada importancia a las instituciones en perjuicio de las personas.
Eso ocurre, por ejemplo,
cuando se exalta más la ocupación social que uno tiene que su misma existencia
concreta como persona.
Pero si se evita ese peligro,
las instituciones, encarnadas en personas concretas, tienen sentido y valor
cuando promueven el bien de los individuos y de las familias.
En organizaciones sociales más
simples, como una tribu, o más complejas, como una estructura internacional,
hay que saber trabajar por el bien común, en el que cada persona y cada familia
pueden desarrollarse plenamente.
Todo lo demás, leyes,
reglamentos, normas de etiqueta, deferencia hacia quienes tienen ciertos cargos
públicos, se vive adecuadamente en función del bien de las personas.
En el mundo complejo en el que
muchos vivimos, conviene recordar la importancia de la persona como centro de
toda la vida social.
Solo así se buscará defender
la vida, salud y demás derechos fundamentales de todos, desde el hijo antes de
nacer hasta el anciano o el enfermo que no son autosuficientes.
Entonces las instituciones brillarán
como medios y ayudas, en manos de personas honestas que trabajarán por el bien
de otras personas. Es decir, serán instrumentos válidos para que unos seres
humanos desarrollen su vocación de servicio en favor otros.
Ello implica recordar que, en
el fondo, todos dependemos de todos. La eficacia de un buen funcionario surge y
se nutre desde la belleza de relaciones cotidianas con sus familiares, amigos y
colaboradores: personas concretas unidas por lazos
diferentes, pero siempre parte de la misma gran familia humana.