SI TE DICEN QUE; YO ERA CATÓLICO Y ME CONVERTÍ,
diles que antes no eran nada realmente.

Padre Arnaldo Bazán

Y es que esa frase encierra una falsedad.

¿Quién puede decir que es católico?

Si sólo fuera estar bautizado en la Iglesia Católica, podriamos decir que millones.

Pero si por católico se entiende aquella persona que, además de haber sido bautizada, ha recibido los otros sacramentos de la iniciación cristiana, que suponen una evangelizacion, una catequesis y un compromiso serio de seguir a Jesucristo y obedecer sus mandatos, entonces, el número baja considerablemente.

¿Es que acaso no puede un verdadero católico cambiar de religión?

Podríamos responder a eso diciendo que sí, si esa persona ha perdido el juicio, o se encuentra en una situación de depresión que le hace mirar las cosas torcidamente.

Aunque no hay comparaciones que resulten totalmente buenas, y ésta podría parecer algo vulgar, voy de todas maneras a ponerla, pues el mismo Jesús nos enseña la Verdad con comparaciones extraídas de la vida rural del pueblo de Israel.

¿A quién se le ocurriría cambiar una vaca por una chiva?

Sólo a uno que se ha vuelto loco. Pues eso es lo que tiene que estar un verdadero católico para irse a otra religión. Pues en el momento en que esté buscando algo mejor que lo que ya tiene, habría que pensar que su catolicismo era totalmente falso.

Dígame usted: ¿es que se puede encontrar en cualquier religión, en una secta cristiana, o en una denominación de las históricas del protestantismo algo mejor?

Quien diga que sí es porque no conoce la Iglesia Católica.

Todos los que, desde los primeros tiempos, se han ido apartando de la Iglesia Católica, han tenido que inventar toda clase de falsedades para así poder presentar una excusa del por qué se separan.

Y, desde que se inventaron las excusas nadie parece quedar mal.

Bueno, eso es lo que se piensan aquellos que se excusan, pues los demás no tenemos por qué creerles.

La Iglesia Católica puede demostrar, sin ningún género de dudas, que es la verdadera Iglesia fundada por Jesús.

Todas, absolutamente todas las demás que se llaman cristianas, no son sino un desprendimiento de la Iglesia Católica.

Empezando por las Escrituras. Pues el Nuevo Testamento, que es la parte cristiana de la Biblia, fue escrita por apóstoles y discípulos de los primeros tiempos, y avalada por la autoridad de la Iglesia Católica.

¿Quién, sino Ella, fue la que determinó los veintisiete libros que lo componen?

Cuando los protestantes o los miembros de las sectas cristianas usan el Nuevo Testamento están aceptando, sin saberlo o creerlo, la autoridad de la Iglesia Católica.

¿Cómo puede una persona comparar la riqueza espiritual de la Iglesia con la de una secta que fundó una persona cualquiera, por muy bien intencionado que estuviera?

Todo el que esté buscando sinceramente la Verdad, así con mayúscula, solo la puede encontrar en la Iglesia Católica.

Esto no significa que todo lo que enseñan en otras iglesias cristianas sea mentira. Ellas tienen parte de la verdad, pero no la Verdad entera.

Pero lo que sí podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, es que todo lo que en ellas se dice de la Iglesia Católica son puras falsedades, inventos mentirosos para tratar de convencer a católicos mediocres, que esos abundan, desgraciadamente, por todas partes.

Si las sectas han podido crecer en América Latina, como de suyo lo han hecho, es porque hay muchos llamados católicos que no lo son en realidad.

En esto tendríamos los dirigentes de la misma Iglesia Católica que hacer una profunda reflexión, para ver en qué se ha fallado. Pues es posible que tengamos una parte de responsabilidad en el éxito obtenido por las sectas.

Esto es un reto que debemos aceptar. No para andarnos lamentando sino para luchar por buscar a aquellos que, debiendo estar en la Iglesia, nunca pertenecieron a Ella de verdad.

No podemos poner como excusa el que los sacerdotes somos pocos. Pues para evangelizar y catequizar no hace falta estar ordenados.

Debemos aprovechar todos los carismas y dones que tienen nuestros laicos, para llevar la verdadera Palabra de Dios a todos los rincones.

Tenemos que dar a conocer las riquezas que la Iglesia posee en sus sacramentos, en la Palabra de Dios de la que Ella es depositaria, en la santidad y heroicidad de tantos de sus miembros.

Cuando descubrimos todos los servicios que la Iglesia Católica presta a los más pobres, sentimos que Ella no está ausente, sino muy presente en el corazón de nuestros pueblos en América Latina.

Miles de niños latinoamericanos se educan en colegios católicos. Miles reciben ayuda y protección en guarderías y hogares destinados a huérfanos y semi-huérfanos.

Incontables son los ancianos que no están abandonados porque han sido admitidos en asilos y hogares para envejecientes que tiene la Iglesia.

Son numerosos los dispensarios médicos gratuitos o semi-gratuitos de la Iglesia, donde se brinda atención a millares de enfermos. En esto hay que reconocer también la dedicación de muchos médicos, enfermeras y auxiliares que desinteresadamente trabajan en ellos.

Y, ¿qué decir de los cientos de religiosas católicas que han ofrendado sus vidas para atender a los enfermos, los ancianos, los menesterosos, a los ninos sin hogar y a tantos otros?

¿Qué decir de los sacerdotes diocesanos o religiosos y de los hermanos de diversas órdenes o congregaciones, muchos de ellos venidos de otros países, dedicados a la enseñanza y a las labores apostólicas?

En la Iglesia Católica, aunque se pide a los fieles que cooperen generosamente con los gastos que tiene para el sostenimiento del culto y de sus instituciones, no se obliga a nadie a dar un tanto por ciento de sus ingresos. ¿Puede decirse lo mismo de la mayoría de las sectas?

Ningún verdadero católico tiene que buscar nada en otra parte, pues en la Iglesia Católica tiene todo lo que necesita para llegar a la salvación.

La gran prueba de que es la Única Iglesia de Cristo la tenemos en su supervivencia.

No han podido destruirla ni las más feroces persecuciones, ni los cismas que la han dividido, ni las herejías que han obstaculizado su labor.

Ni siquiera la flaqueza o los pecados de sus miembros la han hecho tambalear. Otras instituciones, incluso poderosos imperios, por mucho menos, se destruyeron y hoy solo nos queda su recuerdo en los libros de historia.

Y es que solo a Ella Jesús dio la seguridad de su asistencia. Y en ella se ha realizado aquella promesa que el Señor dio a sus apóstoles: “Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el final del mundo” (Mateo 28,20).

Arnaldo Bazán