COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN
MATEO
CAPÍTULO DÉCIMO: 4
Padre Arnaldo Bazán
“Gratis
lo recibieron; denlo gratis. No se procuren oro, ni plata, ni menudo en sus
bolsillos, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón;
porque el obrero merece su sustento” (10,8-10).
Si hay algo que debe distinguir a
los ministros de Dios es el desprendimiento, el desapego de las cosas materiales.
Si hay algo que los laicos no
soportan de sus sacerdotes es verlos interesados por el dinero.
Y eso es lógico. Si una persona
está dispuesta, por el Reino de los Cielos, a renunciar a tener una esposa,
unos hijos, una familia, y sacrificarse por varios años para tener una
preparación adecuada para predicar la Palabra de Dios, ¿cómo no va a estar
dispuesta a sacrificar bienes materiales?
No tenemos que tomar al pie de la
letra las palabras que les dirigió a los apóstoles, en esta ocasión en que por
primera vez los envió a predicar.
Los tiempos han cambiado y es
lógico que el ministro de Dios tiene que usar automóvil, tiene necesidad de
vestir adecuadamente, y alimentarse sanamente.
También Jesús lo dice: “El obrero
merece su sustento”. Por otro lado, el uso de las tecnologías modernas para
aplicarlas a las labores pastorales requiere dinero.
No creo que nadie exija de los
ministros que anden andrajosos o faltos de las cosas necesarias para vivir.
Pero cuando un sacerdote anda
buscando comodidades y lujos, la gente nota que su entrega no es realmente
total.
Esto va a restar eficacia a su
labor pastoral, pues el mejor sermón es el ejemplo, y cuando no se tiene esa
“pobreza de espíritu” que exige Jesús a todos sus discípulos (Mateo 5,3), deja
de difundir el “buen olor de Cristo” que atrae y convence.
San Pablo pone en guardia a su
discípulo Timoteo: “Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y
algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron
con muchos dolores” (1a. Tim. 8,10).
No hay derecho a exigir del
ministro de Dios que viva sin ninguna comodidad y faltándole lo necesario para
vivir decorosamente. Esto es lo que debemos desear para todo ser humano.
Pero sí se puede exigir que la
persona consagrada, sacerdote o no, viva “desprendido del dinero” (1a.Timoteo,
3,3), pues, como dice Jesús, no se puede “servir a Dios y al Dinero” (Lucas
16,13).
Arnaldo Bazán