Voz del Papa
¿Casarse 12,136 veces?
José Martínez Colín
1) Para saber
Hay
un santo que tiene la dicha de ser el patrón de los enamorados: San Valentín.
Según la tradición, San Valentín arriesgaba su vida para casar cristianamente a
las parejas durante la persecución. En su catequesis, el Papa Francisco consideró
que “quien reza es como el enamorado, que lleva siempre en el corazón a la
persona amada, donde sea que esté”. La oración, fundada en la Liturgia, ha de
vivirse en la vida cotidiana: por las calles, en las oficinas, en los medios de
transporte… De esa manera, todo se convierte diálogo con Dios: las alegrías se
convierten en motivo de alabanza y toda prueba es ocasión para pedir ayuda. Todo
pensamiento puede convertirse en oración.
2) Para
pensar
El
señor Justino Javier Acosta, a sus 75 años, afirmaba que se había casado 12.136
veces y que ese día lo haría una vez más. ¿Cómo es posible esto? Justino
lamentaba que muchos le reclaman por qué lo hacía, si ya estaba grande. Pero él
les responde que lo hace por amor. Y aclara: “La mujer con la que me voy a
casar me parece hermosa. Cocina bien, sí, cocina bien. Yo la quiero a ella
porque es muy hogareña, trabajadora, responsable de su hogar y cariñosa. Ella
es Teresa. Hace 12.136 días nos casamos por primera vez y el secreto para
seguir juntos es volvernos a casar todos los días. Porque para casarme toda la
vida, hay que casarnos todos los días”.
En
un 14 de febrero, el Papa Francisco recibió a más de 20 mil novios por el día
de San Valentín. Los alentó a no tenerle miedo a decir “sí” para siempre, ni a dejarse
vencer por la ‘cultura de lo provisional’. Estar juntos y saberse amar para
siempre es el desafío de los esposos cristianos. En el Padrenuestro decimos
‘Danos hoy nuestro pan de cada día’. Ya como esposos se puede rezar: ‘Señor,
danos hoy nuestro amor de cada día... enséñanos a querernos’”. Como el amor de
cada día de don Justino.
3) Para vivir
La
oración realiza milagros, dice el Papa, nos ayuda a amar a los otros, como
Jesús ama. Es una vida fea e infeliz la de las personas que siempre están
juzgando a los otros. No olvidemos que todos somos pecadores y al mismo tiempo somos
amados por Dios. Que sepamos amar con ternura, no obstante sus errores y sus
pecados, sin olvidar que la persona siempre es más importante que sus acciones.
Así descubriremos que cada persona lleva escondido un fragmento del misterio de
Dios.
Recemos,
pues, siempre por todo y por todos: por nuestros seres queridos, también por
aquellos que no conocemos; por las personas infelices, las que sufren. Recemos
incluso por nuestros enemigos. Porque la oración dispone a un amor
sobreabundante. Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra mayor
dignidad.
La
oración nos transforma: apacigua la ira, sostiene el amor, multiplica la
alegría, infunde la fuerza para perdonar. Y cuando nos viene un pensamiento de
rabia, de descontento, el Señor nos da la palabra justa, el consejo para ir
adelante. Porque la oración siempre es positiva. Siempre. Así los problemas no
serán estorbos a nuestra felicidad, sino llamadas de Dios, ocasiones para
nuestro encuentro con Él. Y cuando uno es acompañado por el Señor, se siente
más valiente, más libre, y también más feliz.
José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero (UNAM) y Doctor en Filosofía
(Universidad de Navarra). (articulosdog@gmail.com)