Voluntades a velas desplegadas
P. Fernando Pascual
14-2-2021
La voluntad nos impulsa a
levantarnos por la mañana, a guardar la dieta prescrita por el médico, a
mantener en pie una promesa aunque parezca costosa, a decir no a una tentación
más insistente.
En ocasiones, la voluntad no
trabaja a pleno ritmo. Puede quedar debilitada por vicios arraigados, por
pasiones no bien controladas, por miedos que la paralizan, por gustos que nos
apartan del deber inmediato.
En otras ocasiones, la
voluntad parece ser vigorosa, pero está al servicio de propósitos equivocados,
de opciones que llevan al daño de uno mismo o de otros. Basta con pensar en el
caso dramático de la voluntad de algunos asesinos o de tiranos que ponen en
marcha guerras absurdas.
La voluntad necesita, por lo
tanto, atenciones concretas. Una viene de la inteligencia: si pienso
correctamente puedo individuar qué bien concreto estoy llamado a realizar
ahora. Otra viene de la formación personal, que permite liberarse de caprichos
y acoger lo bueno como objetivo constante de mis opciones.
Cuando una voluntad está bien
iluminada y consigue un sano autocontrol de las diversas dimensiones de nuestra
humanidad, entonces trabaja con provecho. Una persona voluntariosa, fiel,
honesta, disciplinada, conquista metas benéficas y construye relaciones
estables con familiares y amigos.
No es fácil lograr ese ideal.
Basta con pensar en la larga lista de pecados, injusticias, crímenes,
traiciones, que tiñe de lágrimas y de sangre buena parte de la historia humana.
Al revés, si damos pasos
pequeños y concretos, si tomamos decisiones correctas en asuntos fáciles que
nos refuerzan para momentos más difíciles, la voluntad se robustece y toma,
poco a poco, control de la propia vida.
Sobre todo, si nuestras
voluntades quedan purificadas por la misericordia divina, si acogen y aceptan
las indicaciones que Dios nos ofrece de tantas maneras, podrán fortalecerse y
trabajar con esa energía propia de quienes tienen velas desplegadas para
dirigirse hacia la meta definitiva de toda vida humana: amar a Dios y a los
hermanos.