¿ES CORRECTO RECIBIR
LA COMUNIÓN EN LA MANO?

Padre Arnaldo Bazán

En la Última Cena, en vísperas de su Pasión, Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, para que, de alguna manera, todos sus discípulos, en todos los tiempos, pudieran participar de lo que Él hiciera solo con sus Apóstoles.

En la misma Cena se supone que instituyó también otro Sacramento, con el que convirtió a sus Apóstoles en los primeros sacerdotes, es decir, aquellos que pueden ofrecer a Dios el Sacrificio Eucarístico.

Porque, efectivamente, la Eucaristía es, no la repetición, sino la forma de hacer realidad, hasta el fin de los tiempos, la participación de todos en el único Sacrificio que podía darnos la salvación. El Sacrificio no se repite, se renueva.

Quien realmente celebra, pues, es el mismo Jesús, que es nuestro Sumo Sacerdote. Pero El también quiso que hubiera sacerdotes que, en su nombre, presidieran la Eucaristía. Son, en primer lugar, los Obispos, y luego los que han recibido el don del Sacerdocio sacramental.

Con todo, sabemos también que todo el Pueblo de Dios, en razón del Bautismo, forma parte del Sacerdocio, pues unidos a Cristo, todos, y no solo los que presiden, celebramos.

Esa es la gran dignidad de los bautizados, que hoy muchos hay que se empeñan en desconocer, no por mala voluntad sino por pura ignorancia.

Cuando en la Última Cena Jesús presentó a sus Apóstoles tanto el Pan como el Vino que El había consagrado, todos los recibieron con gran gozo, no directamente de las manos del Señor, sino repartido entre ellos.

Dice Mateo: "Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "Tomen, coman, éste es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: "Beban de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados" (Mateo 26,26-28).

Así también Marcos: "Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: "Tomen, este es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos" (Marcos 14,23-24).

Y lo mismo Lucas: "Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en recuerdo mío". De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes" (Lucas 22, 19-20).

Juan es el único evangelista que no narra la institución, ya que siendo el ultimo en escribir su evangelio, no consideró necesario insistir en lo que ya los cristianos celebraban con toda devoción.

Sin embargo, en el capítulo 6 de su evangelio, nos dejó las palabras de Jesús que anuncian y explican lo que había de ocurrir en la Última Cena.

En su Primera Carta a los Corintios, san Pablo nos ofrece una versión semejante de lo ocurrido en la Última Cena, que según afirma, había conocido por revelación directa del Señor. "Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Este es mi cuerpo que se da por ustedes; hagan esto en recuerdo mío". Asimismo también la copa después de cenar diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebieren, háganlo en recuerdo mío" (11,23-26),

A estas palabras de Jesús el Apóstol añade su propia recomendación: "Pues cada vez que comen ustedes este pan y beben esta copa, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1 Corintios 11,26-29).

Como vemos, en todos estos relatos no se nos dice realmente cómo los Apóstoles recibieron el Pan y el Vino, si directamente de Jesús o se los fueron pasando de uno a otro.

San Pablo, por su parte, hace hincapié en la necesidad de recibirlos con el alma limpia de pecado y no de cualquier manera, pues estaríamos poniendo en peligro la salvación.

Jesús dejó pues a su Iglesia el determinar cómo habría de realizar lo que El nos había dejado como su memorial perenne, de modo que pudiésemos alimentarnos sacramentalmente recibiéndolo a Él, sea solo con el Pan o también con el Vino consagrados, es decir su Cuerpo y su Sangre. No olvidemos que Jesús está presente, todo El, en ambas especies.

Lo que es un sacrilegio es acercarse a comulgar sin haber recibido la debida absolución de los pecados, si es que lo necesitamos.

Lo que Jesús quiere es que participemos en la Eucaristía recibiéndolo a Él. Cuando vamos a la Misa y no podemos comulgar hacemos una buena acción, pero no quedamos llenos de la gracia que se supone recibiríamos haciéndolo.

Claro que es preferible participar en la Eucaristía aun sin la comunión, pues podremos recibir ese otro alimento, también muy importante, que es el de su Palabra, lo que nos puede ayudar a entender la necesidad de superar los problemas que nos hacen indignos de recibirlo en su Cuerpo y Sangre.

En los primeros tiempos era normal que se recibiese el Pan en la mano. Recibir el cáliz ha tenido también sus distintas formalidades, de las que la "intinción" no es precisamente la más conveniente, y menos cuando se trata de los ministros celebrantes. Nunca dijo Jesús que comiéramos el pan mojado en el vino. Quiso separar claramente su Cuerpo, el Pan, de su Sangre, el Vino, para señalar que entregó ambos, Cuerpo y Sangre, por nosotros.

Con todo, que cada uno decida por sí mismo lo que la Iglesia ha aprobado. Si prefieres recibir la Comunión en la boca, hazlo así. Si lo prefieres en la mano, hazlo de forma que la recibas con una mano en forma de un trono para recibir al Señor y con la otra la lleves a la boca. Las dos formas son legítimas si así lo ha permitido la Iglesia.

Criticar una u otra forma es ir demasiado lejos. De ninguna manera puede ser un sacrilegio, como algunos ignorantes dicen, el obedecer las normas establecidas por la Iglesia. Lo único que convertiría la comunión en un sacrilegio, como señaló san Pablo, es hacerlo indignamente.

Arnaldo Bazán