CONDICIONES PARA LA ORACIÓN

Padre Arnaldo Bazán

 

Los evangelistas nos señalan, en varias oportunidades, que Jesús solía retirarse a un lugar solitario para orar. Su sitio preferido parece haber sido, sobre todo cuando se encontraba en Jerusalén o sus alrededores, el huerto de los olivos llamado Getsemaní.

 

Esto nos indica que la oración requiere un ambiente especial. Así, desde los primeros eremitas y monjes, las personas con espíritu contemplativo trataron de seguir su específica vocación retirándose a lugares apartados.

 

Los monasterios solían estar en sitios de difícil acceso a fin de hacer más fácil la vida de oración.

 

Como ya se ha dicho, sería imposible para la mayoría, que tiene que vivir en medio del ajetreo y del ruido, sobre todo en las grandes ciudades, lograr ese ambiente especial. Pensemos en los hogares con niños pequeños o en las barriadas pobres de los países atrasados, donde muchas personas tienen que compartir un espacio pequeño.

 

¿Es que la oración es un privilegio de los contemplativos, de los monjes y eremitas? ¿Es que no a todos se nos ha dicho que debemos orar frecuentemente?

 

Se supone, desde luego, que todos tenemos que hacer un esfuerzo, aun en medio del tráfago diario, para hacer oración de la mejor manera posible. Sabemos, por un lado, que Dios está en todas partes y nos oye, no importa el sitio en que nos encontremos, ya que podemos orar en cualquier hora y lugar.

 

De todos modos, hemos de admitir que hay personas que tienen dificultades para orar aun en medio del silencio y hasta dentro de un templo. El problema es de concentración.

 

Parece como si, sobre todo en nuestra cultura occidental, tuviéramos una tendencia a la disipación, de tal modo que nos cuesta trabajo permanecer mucho tiempo sin distraernos, concentrados en una interior comunicación con Dios.

 

Para orar tenemos que aprender a hacer silencio dentro de nosotros, de modo que podamos abrir nuestro corazón al Señor. Hay personas que desde que amanece embotan sus espíritus en un incesante parloteo o una constante distracción que les impide siquiera pensar.

 

Hay algunos que lo primero que hacen, inmediatamente después que despiertan, es apretar mecánicamente – si es que no lo han hecho ya en forma automática – el botón de un aparato de radio – o de televisión – para escuchar música o noticias. Este primer momento del día sería precioso para una pequeña alabanza y ofrecimiento de la jornada al Padre que graciosamente nos la concede.

 

La vida interior supone un esfuerzo, pues la vida moderna, con tantos aparatos regados por todas partes, supone la posibilidad de continuas distracciones que impiden la concentración necesaria para la oración.

 

Por otro lado, la misma comunicación interpersonal está amenazada con la falta de reflexión y dominio interior.

 

Parece una paradoja, pero el tanto oír la radio y la televisión no parece habernos ayudado demasiado a aprender a escuchar a los demás. Así como en la vida ordinaria solemos hablar demasiado mientras escuchamos poco, así en la oración es frecuente que pretendamos lograr que Dios nos oiga antes que abrir nuestros oídos para escucharlo a Él.

 

Arnaldo Bazán