CAPÍTULO
DÉCIMO PRIMERO: 1
Padre
Arnaldo Bazán
"Y
sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos,
partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades"(11,1).
Se supone que Jesús vivió en la
tierra alrededor de treinta y tres años. Suele darse por sentado que dedicó los
tres últimos años a su labor apostólica, al final de los cuales realizó su
entrega total a la voluntad del Padre, dando su vida por nosotros con su muerte
cruel en la cruz.
Todo eso fue culminado con su
gloriosa resurrección y su posterior ascensión al cielo.
Si bien los evangelistas están de
acuerdo con los hechos fundamentales, no lo están totalmente en cuanto a la
cronología. Los tres sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, casi coinciden en sus
narraciones, pero no son tan buenos a la hora de señalar el cuándo ocurrió cada
acontecimiento. En eso Juan los supera.
El evangelio de este último
completa mucho de lo que los otros tres narran, sobre todo porque profundiza
más en lo que Jesús enseñó, por lo que es llamado el “evangelista teólogo”.
La predicación de Jesús comienza
después de su bautismo en el Jordán, por parte de Juan el Bautista, y de la curentena de ayuno y oración en el desierto de Judea.
El Maestro no perdía oportunidad
para anunciar la Buena Noticia. Unas veces aprovecharía las invitaciones que le
hacían en las sinagogas, pero lo vemos predicar en las montañas y en el llano,
junto al lago, y en cualquier parte que encontraba un auditorio dispuesto a
escucharlo.
Todos los evangelistas coinciden en
señalar que en ocasiones se reunían verdaderas multitudes, sobre todo porque
habían oído hablar de su poder de curación y de hacer milagros.
Ni que decir tiene que Jesús tuvo
un don especial para atraer a la gente y transmitirles su mensaje en forma
clara y precisa. Por eso gustaba de usar de comparaciones o parábolas, para
hacer más fácil la comprensión a personas que, por otro lado, no eran en su mayoíia letradas.
Eso sí, los judíos, en general, tenían
un conocimiento amplio de la Palabra de Dios, en especial lo dicho en la Torá o
cinco primeros libros de la Biblia, y en los escritos de los profetas.
Eso hacía más fácil que pudieran
intuir que ante ellos estaba, si no el propio Mesías, al menos un verdadero
profeta que hablaba con autoridad. Ellos sentían en lo vivo esa necesidad,
después de varios siglos en que no habían tenido ninguno, como no fuera Juan,
el precursor, el último verdadero profeta del Antiguo Testamento.