Convivir con los defectos
P. Fernando Pascual
26-3-2021
Todos tenemos defectos. Algunos
más, otros menos. De esos defectos, unos son nuestros y resultan molestos a los
demás, mientras que otros son de los demás y nos hacen sufrir a nosotros.
No es fácil convivir con los
defectos. Ni con los propios, porque provocan nuestro descontento, o complejos,
o pena al constatar los propios límites. Ni con los ajenos, porque pueden
llevarnos a la impaciencia o, por desgracia, tarde o temprano provocan heridas
en nosotros mismos o en otros.
Por desgracia, hay defectos que
son difíciles de corregir. Quisiéramos que tal persona controlase mejor su
lengua, pero le resulta algo casi sobrehumano. Quisiéramos que el otro fuese
más constante en su trabajo, pero se cansa en seguida. Quisiéramos nosotros
mismos ser más prudentes, pero nos vencen las prisas.
Frente a tantos defectos, sobre
todo los que parecen incorregibles, no podemos simplemente incurrir en una
resignación fatalista: hay males que conviene evitar, para nuestro bien y para
el bien de otros.
Pero no tiene sentido una
rebelión continua, una rabia que desgasta, ante esos defectos que aparecen una
y otra vez, que molestan, que hacen más difícil una vida ya de por sí llena de
problemas.
Convivir con los defectos nunca
ha sido fácil, pero hace falta para no agravar las cosas. Hay reproches que
empeoran la situación. Hay quejas que no solucionan nada. Hay reacciones de
abatimiento ante ciertos defectos que los empeoran.
Ante aquellos defectos
corregibles, un sano esfuerzo y una estrategia bien orientada hará posible
mejorar el ambiente, limar asperezas, construir colaboraciones en familia o en
el trabajo.
Ante los defectos casi
incorregibles, en algunas ocasiones habrá que defenderse para evitar daños. En
otros casos, podremos aplicar el consejo de San Pablo que exhorta a soportarnos
mutuamente y a ofrecer el bálsamo del perdón:
“Revestíos, pues, como elegidos
de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si
alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también
vosotros” (Col 3,12‑13).