¡HA RESUCITADO!

Padre Arnaldo Bazan

La gran noticia que los cristianos tenemos que dar al mundo es que Jesús, nuestro Maestro, ha resucitado.

Eso lo convierte en el Salvador que el mundo esperaba, pues con su sacrificio en la cruz conquistó la libertad para una humanidad hundida en el pecado y con su resurrección demostró que era muy real lo que afirmaba de sí mismo.

La gran preocupación de los dirigentes judíos después de muerto Jesús era que, pese a la terrible pasión sufrida, éste fuera capaz de resucitar.

Dice Mateo:

"Al día siguiente (era el día después de la preparación de la Pascua) los jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron juntos ante Pilato pra decirle: “-Señor, nos hemos acordado de que ese mentiroso dijo cuando todavía vivía: Después de tres días resucitaré. Por eso, manda que sea asegurado el sepulcro hasta el tercer día: no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Este sería un engaño más perjudicial que el primero”. Pilato les respondió: “Ahí tienen los soldados, vayan y tomen todas las precauciones que crean conveniente”. Ellos, pues, fueron al sepulcro y lo aseguraron, sellando la piedra y poniendo centinelas (27,62-66).

Lo que ellos temían fue lo que realmente ocurrió. Por eso, al no tener más remedio que aceptar la verdad, tomaron las precauciones que consideraron oportunas, como atestigua el propio evangelista:

“...algunos de los guardias fueron a la ciudad a contar a los jefes de los sacerdotes todo lo que había pasado. Ellos se reunieron con las autoridades judías y acordaron dar a los soldados una buena cantidad de dinero, junto con esta orden: “Digan que mientras dormían vinieron de noche los discípulos y robaron el cuerpo de Jesús. Si esto llega a oídos de Pilato, nosotros lo calmaremos y les evitaremos molestias a ustedes”. Los soldados recibieron el dinero y siguieron las instrucciones. Esta mentira corrió entre los judíos y dura hasta hoy (Mateo 28,11-15).

En realidad, Jesús no tenía el menor interés en hacer de su resurrección un espectáculo que resultara la prueba convincente que necesitaban los incrédulos para deponer su actitud. Para creer no bastan los milagros.

Ya una vez Satanás había invitado a Jesús a demostrar su identidad de Hijo de Dios lanzándose desde lo más alto del templo, en la seguridad de que nada le pasaría (Mateo 4, 5-7). El rechazó tal forma de convencimiento.

Por eso, si antes había predicado delante de todos, llevando su palabra a través de los polvorientos caminos de Palestina, después de resucitado sólo un número relativamente corto de personas lograría ser testigo del acontecimiento más trascendental de la Historia.

Pablo dice:

En primer lugar les he transmitido la enseñanza que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados, tal como lo dicen las Escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día como lo dicen también las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se hizo presente a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de ellos vive todavía y algunos ya entraron en el descanso. Enseguida se hizo presente a Santiago, y luego a todos los apóstoles. Y después de todos se me presentó también a mí, el que de ellos nació como un aborto (1a. Corintios 15,3-8).

Es curioso notar que los primeros a quienes costó trabajo creer en la resurrección fueron los propios apóstoles y discípulos más cercanos.

Los mismos evangelistas testifican, en forma admirable, la confusión de los que habían compartido tan íntimamente con Jesús y a quienes El les había advertido, en varias ocasiones, lo que tenía que ocurrir (Ver Mateo 16,21; 17,22 y 20,18-19).

Ciertamente los apóstoles llegaron a considerar puro cuento el relato que les hicieron algunas mujeres que, muy temprano, el primer día de la semana, habían ido a embalsamar el cadáver del Maestro.

Narra Lucas:

A la vuelta del sepulcro, les contaron a los Once y a todos los demás lo que les había pasado. Eran María de Magdala, Juan y María, madre de Santiago. También las demás mujeres que estaban con ellas decían lo mismo a los apóstoles. Los relatos de las mujeres les parecieron puros cuentos y no les hicieron caso (24,9-11).

Más tarde dirá Pedro, en su primer discurso público, lleno ya del Espíritu Santo, y delante de una multitud de judíos: "A Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos" (Hechos 2, 32).

Dios quiso que la resurreción de Jesús fuera un hecho cierto e indiscutible para los que creyeron en El, de forma que, por su testimonio, encontráramos los demás el camino de la fe.

Quinientas personas son, por otro lado, un número más que suficiente de testigos. Y lo que es más importante, todos ellos estuvieron dispuestos a sostener dicha afirmación con su propia sangre.

¿Qué provecho material sacaron los apóstoles y discípulos por testificar la resurrección de Jesús?

Podría hacérsenos sospechoso que un grupo se hubiera puesto de acuerdo para propalar una mentira, si de ello hubiera conseguido buenas ganancias en dinero o poder. Pero sabemos que fue exactamente lo contrario, por cuanto apóstoles y discípulos tuvieron que sufrir toda suerte de persecuciones y muchos de ellos entregaron con el martirio el supremo testimonio. A gente así no podemos menos que creerles lo que nos transmiten como verdad.

Aparte de eso, tendríamos que pensar que si Cristo no resucitó, en lugar de Salvador habría que considerarlo como el más grande charlatán que ha existido sobre la tierra, pues ha sido el único que se ha atrevido a afirmar que vino para darnos una vida eterna.

"Pero no - exclama Pablo - Cristo resucitó de entre los muertos y resucitó como primer fruto ofrecido a Dios, el primero de los que duermen" (1a. Corintios 15,20).

Toda la enseñanza de Jesús y toda su vida estuvo orientada a convencer a la humanidad de que no hemos sido creados para desaparecer ni estamos en la tierra sin un objetivo preciso.

La vida del hombre sin la presencia de Jesús Resucitado sería lo más amargo que pudiera pensarse. La terrible conclusión a la que tendríamos que llegar es que sólo los malos saben vivir en la tierra.

¿Para qué sirven los sacrificios de tantos? ¿A qué vienen los desvelos de las madres? ¿De qué valen los esfuerzos y sinsabores? ¿Qué sentido tiene el dolor y la enfermedad? Lo único sensato sería tratar de pasarlo lo mejor posible, aunque para ello tengamos que oprimir, explotar, engañar, destruir, robar, matar. Total, ¿a quién vamos a tener que dar cuentas?

Si no hubo un Cristo muerto y resucitado, ¿qué más da ser buenos que malos?

Mejor, en este caso, es ser malos que buenos, pues las mayores posibilidades de disfrutar de lo que esta vida nos ofrece la tienen, sobre todo, los más perversos.

¿Tiene lágica esto? ¿Tendremos que derribar todo monumento al esfuerzo, al sacrificio y a la lucha por el bien, para levantar uno bien grande a los criminales y malhechores de todos los tiempos?

La sangre de los apóstoles y los mártires nos grita: ¡No, porque CRISTO HA RESUCITADO! Los millones de seres humanos que padecen sin esperanza humana, víctimas de injusticias y miserias sin cuento nos gritan: ¡No, porque CRISTO HA RESUCITADO!

La multitud de creyentes anónimos que desde sus días hasta hoy han hecho de Jesús su Salvador nos gritan: ¡No, porque CRISTO HA RESUCITADO!

Alegrémonos, pues, porque el triunfo de Jesús sobre la muerte es el que da sentido a nuestra vida y asegura nuestra propia resurrección.

ARNALDO BAZÁN