CADA DÍA SU AFÁN

 

LOS ENCUENTROS

 

Es verdad que ha de ser purificada una u otra vez, pero siempre merece un profundo respeto. La religiosidad popular ha nacido de la fe y de las celebraciones cristianas. Es más, de forma más o menos consciente, ha tratado de acercar el misterio a la sensibilidad del pueblo.

Gracias a la piedad popular, ha pasada la fe de padres a hijos a lo largo de los siglos. Así lo reconocía el santo papa Pablo VI en su exhortación sobre el Anuncio del Evangelio. Puede ser que hayan pasado fragmentos de la fe, pero el Espíritu de Dios sabe muy bien componerlos  y armonizarlos como no se imaginan los teólogos.

Novenas, romerías, reliquias y devociones. Esas muestras de la fe han sido a veces despreciadas por los sabios y entendidos. Y sin embargo, han dado fuerza y reciedumbre, firmeza y fidelidad a las creencias y actitudes de tantas personas buenas que no sabían demasiado de letras y menos aun de encíclicas y decretos.

Esto viene a propósito de las hermandades que custodian la memoria de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La pandemia ha invadido toda nuestra vida. Y ha dificultado o impedido muchas de estas manifestaciones de la piedad popular. Entre ellas hemos echado de menos esos “encuentros” apócrifos tan importantes.

• Algunas hermandades solían escenificar en las calles o en la plaza que se abre frente a nuestras catedrales la visita que Jesús hacía a María antes de acercarse por última vez a Jerusalén. Sabiendo que le esperaba la pasión y la muerte, en  ese encuentro tan humano Jesús llegaba a despedirse de su Madre.

• Muchas veces se ha escenificado la cuarta estación del Vía Crucis. El momento ha sido reflejado por una famosa pintura de Rafael que se conserva en el Museo del Prado. La Madre, tal vez avisada por el discípulo más querido de Jesús se encuentra en la calle  con su Hijo que camina cargado con la cruz.

• En muchos lugares, el domingo de Pascua se ha escenificado siempre el encuentro de Jesús resucitado con su Madre. Son ingeniosos los movimientos con los que se despoja a María de sus ropas de luto para vestirla de fiesta. Y es sorprendente que en algunos lugares se utilice una imagen de Jesús niño. Evidentemente, el Resucitado evoca la vida, con toda su frescura e inocencia. 

Pues bien, llevamos ya dos años en los que estas antiguas tradiciones no han podido tener lugar. La piedad popular se ha resentido al no poder manifestar sus sentimientos religiosos en la calle. Sin embargo, es notorio que muchas hermandades se han ingeniado para ayudar a los fieles a vivir en su interior y en su familia estos momentos de humanidad y de fe.

Estos y otros signos de nuestras creencias han de perdurar en el tiempo. Como muestras de una cultura secular. Y sobre todo, como  gestos de nuestra paciente esperanza.

 

José-Román Flecha Andrés