REFLEXIÓN
ANTE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Padre Arnaldo
Bazán
Que Jesús tenía que resucitar era
evidente, o de lo contrario toda su vida hubiese sido un
pérdida, toda su predicación una cháchara inútil, todo su sufrimiento un vano
empeño en luchar contra lo imposible.
Del Mesías se había anunciado:
"No dejarás a tu fiel conocer la corrupción" (Salmo 16,10). Jesús
también había predicho que resucitaría. Los evangelistas recogen tres ocasiones
en que había dicho a los discípulos que tenía que padecer y morir, pero que al
tercer día volvería a vivir.
Mateo las reporta de esta manera:
(1) Desde
ese día Jesucristo comenzó a explicar a los discípulos que debía ir a Jerusalén
y que las autoridades judías, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley lo
iban a hacer sufrir mucho. Les dijo también que iba a ser condenado a muerte y
que resucitaría al tercer día (16,21).
(2) Después de la transfiguración
Jesús dijo a Pedro, Santiago y Juan, mientras bajaban del monte: No hablen a
nadie de lo que acaban de ver, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de
entre los muertos (17,9).
(3)
Jesús, al empezar el viaje a Jerusalén, tomó aparte a los Doce y les dijo en el
camino: “Miren: estamos subiendo a Jerusalén. Allí el Hijo del hombre debe ser
entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, que lo
condenarán a muerte. Lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo
azoten y lo crucifiquen. Pero él resucitará al tercer día (20, 17-19).
Lo raro es que ellos no se
acordaron para nada de sus palabras, quizás porque las oyeron sin prestarles
mucha atención, o tal vez porque creyeron que todo era una forma de hablar para
darles ánimos ante unos acontecimientos para los que ellos no estaban
preparados.
LOS
INCRÉDULOS
De acuerdo al relato de los
evangelistas, parece que ninguno de los discípulos estaba convencido de que su
Maestro volvería a la vida. Aunque es posible que sintieran en el fondo del
alma la esperanza de que todo terminaría felizmente, tal y como Jesús les había
dicho, sus almas estaban anonadadas ante el peso de la evidencia.
Jesús había muerto de la manera más
horrorosa. Todo el poder que había exhibido se le había esfumado, y los
enemigos hicieron de él cuánto quisieron.
Esto los llenó de miedo, pensando
que correrían la misma suerte que su Maestro. O temían la vergüenza de ser
señalados como los seguidores de un predicador fracasado.
LA
MAÑANA DEL PRIMER DÍA
La mujer ha sido siempre vista como
un ser débil, y de suyo lo es en muchos sentidos. Pero, ¡qué fuerte resulta,
sobre todo cuando ama! Por eso se vuelve fiera para defender a un hijo en
peligro, y es capaz de los mayores sacrificios para demostrar lo que siente. El
hombre podrá ser un héroe, capaz de las mayores hazañas, pero raras veces llega
a la sublime forma de entrega que demuestra una mujer cuando lo es de verdad.
Hay discrepancias entre los
evangelistas sobre quiénes fueron las primeras en visitar el sepulcro. Todos,
sin embargo, mencionan los nombres de mujeres. Mateo dirá que fueron María
Magdalena y la otra María (28,11); Marcos nombra a María Magdalena, María la de
Santiago y Salomé (16,1); Lucas habla de “las mujeres que lo habían acompañado
desde Galilea” (23,55); aunque poco más adelante dirá: Fueron María Magdalena,
Juana, María la de Santiago y las demás mujeres que estaban con ellas las que
comunicaron estas cosas a los apóstoles(24,10). Juan
sólo menciona a María Magdalena (20,1).
Algo que salta a la vista es que
ninguno de ellos menciona a María, la Madre. Ella, callada y discreta, prefirió
aguardar en silencio la resurrección del Hijo, sin intentar detener a las que
iban emocionadas a poner unguentos y aromas en un
cuerpo que ya no estaba en el sepulcro.
Lo más probable es que recibiese
una visita especial de Jesús, dado el singular amor que tenía por su Madre,
aunque todo quedaría en el secreto, pues si la hubo se ve que María jamás lo divulg, ausente como estaba de todo interés publicitario.
Fueron, pues, las mujeres, las
primeras testigos del hecho más trascendental de la historia humana: la
resurrección del Hijo de Dios, el Salvador que haciéndose obediente a su Padre
hasta la muerte en cruz dio a todos los humanos la posibilidad de ser hijos de
Dios.
Ellas, no lo olvidemos, fueron
también las que acompañaron a Jesús - sólo Juan fue la excepción entre los
hombres - hasta el último momento de su pasión y muerte. ¿No merecían acaso ser
las primeras en verlo resucitado?
LOS
POCOS TESTIGOS
Lo más impresionante de los relatos
de la resurrección es que Jesús ya no quiso dejarse ver de todo el mundo, sino
sólo de unos pocos testigos, alrededor de quinientos.
¿Se habrían convertido Pilato y la
guarnición romana de haber visto a Jesús por las calles de Jerusalén? ¿Se
convertirían Anás, Caifás y aquellos que en el
Sanedrín lo habían condenado? ¿Habrían cambiado sus vidas los que sólo lo
buscaron por los hechos milagrosos? Podemos estar seguros que no.
De seguro se habrían inventado
alguna excusa para rechazarlo, y hasta dirían que era otro y que todo resultó
un gran engaño para hacer aparecer a Jesús como resucitado.
Por eso Dios actúa discretamente,
ya que sólo los humildes y limpios de corazón pueden creer. Jesús lo dijo ante
la incredulidad de su apóstol Tomás: -Bienaventurados los que creerán sin ver
(Juan 20,29).
ARNALDO BAZÁN