Dos mil mujeres condenadas a
muerte
P. Fernando Pascual
5-4-2021
En el mes de diciembre de
1793, un tribunal militar en Angers, Francia, condenó a muerte a unas dos mil
mujeres. Muchas de ellas, en esas circunstancias dramáticas, sufrieron diversas
formas de violencia, también de tipo sexual.
Algunos dirán que se trató de
una entre tantas injusticias cometidas durante la Revolución francesa, como por
desgracia ocurre en numerosas guerras y en conflictos sociales más o menos
graves.
Pero ello no quita la
dramaticidad del hecho. Porque no podemos olvidar que esas tres palabras, “dos
mil mujeres”, no nos permiten acceder a sus rostros, a sus historias, a sus
lágrimas, al dolor de sus familiares y amigos.
Historias como las de esas
mujeres ultrajadas y asesinadas merecen ser conocidas. Resulta extraño que
muchos hablen de una filósofa de Alejandría asesinada por una chusma de
cristianos fanáticos del siglo V, y no digan absolutamente nada de tantas otras
mujeres (u hombres) asesinados injustamente en otros momentos del pasado.
Sí, resulta extraño, porque
quienes dicen defender la justicia y la dignidad de cada ser humano, deberían
abrir sus horizontes y no quedarse en unos pocos casos famosos, mientras dejan
de lado tantos otros casos, menos conocidos, que merecen un mínimo de atención.
Por eso vale la pena sacar de
las tinieblas del semiolvido algunas historias de
esas dos mil mujeres condenadas a muerte en 1793. Darles sus nombres y
apellidos. Conocer sus edades. Quizá difundir retratos (si existen) de algunas
de ellas para darles un rostro.
Todo ello sin olvidar que
detrás de cada una de esas dos mil mujeres había padres y madres, esposos e
hijos, hermanos y hermanas, y muchas otras personas que sufrieron inmensamente
ante las injusticias y las crueldades que se abatieron contra ellas.
Sería deseable que quienes
todavía exaltan la Revolución francesa como un progreso de la libertad, de la
democracia, de la fraternidad, de la justicia, alzasen la voz para difundir y
condenar aquellos crímenes cometidos por quienes se declaraban revolucionarios
cuando en realidad eran miserables sin escrúpulos y asesinos de una crueldad
inusitada.
Dos mil mujeres fueron
humilladas y asesinadas en una ciudad francesa, en un tiempo de convulsiones y
lágrimas interminables. Junto a ellas, miles y miles de personas fueron
injustamente ejecutadas en la guillotina, o murieron por hambre en las
cárceles, sin que su memoria reciba el recuerdo que merecen.
Esas dos mil mujeres, como
tantos millones y millones de seres humanos, son víctimas de ese misterio del
mal que ha escrito y sigue escribiendo tantas páginas humanas. Recordarlas es
un mínimo gesto a favor de la justicia.
Rezar a Dios por ellas, y
también por la conversión de sus verdugos, es posible cuando creemos que existe
ese único Juez que conoce todo, y que puede hacer justicia a quienes han
sufrido y esperan, más allá de la muerte, el triunfo pleno de la verdad sobre
cada una de sus historias.