Ayudar con prudencia y
eficacia
P. Fernando Pascual
11-4-2021
Un motociclista se golpea la
cabeza al caer al suelo. La gente se agolpa a su alrededor. Llaman a urgencias.
El tiempo pasa. Algunos tienen ansias por hacer algo. Finalmente, uno se acerca
y mueve al herido.
Poco después los de la
ambulancia regañan a quien ofreció ayuda. Le explican que, en situaciones como
esa, es mejor evitar movimientos que pueden resultar dañinos para el cuello o
la columna del accidentado...
La rotura de una presa ha llenado
un pueblo de maderos, basura, agua llena de barro. Las autoridades empiezan a
trabajar, así como la gente que desea ayudar.
Reciben una orden “de arriba”:
no mover las maderas para evitar que la gente se dañe con las astillas. Llega
una nueva onda de agua que empuja los troncos contra las casas y provoca daños
mayores que los primeros.
En situaciones que parecen
sencillas (un motorista en el suelo), o complejas (una inundación, una
epidemia, una sequía), surge intenso el deseo de tomar medidas, de actuar, de
ponerse en marcha. Incluso la gente presiona a las autoridades ante crisis más
intensas para que hagan algo.
Pero las situaciones que
parecen sencillas, y las que son sumamente complejas, necesitan intervenciones
bien pensadas. Ello implica tomarse tiempo, no dejarse llevar por las prisas,
no someterse a una “opinión pública” que pide medidas cuando antes hay que
evaluarlas con prudencia.
Por eso, antes de emprender
acciones o tomar medidas que den la sensación de que “ya estamos haciendo algo”
y que busquen simplemente apaciguar a la “opinión pública”, hace falta acudir a
la virtud de la prudencia para sopesar bien los pros y los contras de cada
alternativa.
Entonces será posible ofrecer
ayudas concretas desde el sentido común y orientadas al fin que realmente todos
desean: que alivien al enfermo, que contengan los daños de la riada, que eviten
nuevos contagios.
Porque ante cualquier
situación de emergencia, las decisiones buenas son aquellas que resultan
eficaces, que mitigan dolores, que distribuyen la cosecha en un mal año para
que la gente pueda contar con lo mínimo para varios meses.
No necesitamos gente
apresurada que, para aliviar su propia angustia, emprenden acciones que
provocan más daños que remedios. Al contrario, necesitamos gente prudente, que
sepa ayudar en las situaciones difíciles con decisiones que den buenos
resultados, es decir, que sean realmente beneficiosas para todos.