COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO DÉCIMO SEGUNDO: 17

Padre Arnaldo Bazán

 

Pero él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (12,48-50).

Algunos comentaristas piensan que Jesús aprovechó esta ocasión, como tantas veces hacía, para dar una enseñanza a aquellos que le escuchaban. Es lo que se llama una “parábola en acción”.

 

¿Pudo ser la intención de Jesus despreciar públicamente a su madre, no dándole importancia a la maternidad biológica para, en cambio, hablarnos de una maternidad superior?

 

Quien saque esta conclusión estaría poniendo por lo suelos la personalidad de Jesús.

 

Porque su Persona era la divina, y Dios mismo creó la maternidad como uno de sus grandes regalos a los seres humanos e incluso a los animales. Maternidad y paternidad, en el caso de los humanos, siempre deben estar unidas.

 

Por otro lado, uno de los preceptos contenidos en el Decálogo es el amor y respeto a los padres naturales.

 

En Efesios 6,2-3 san Pablo dice, citando a Deuteronomio 5,16: Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra.

 

De modo que tenemos que descartar totalmente que la intención de Jesús fuera ir en contra de este precepto.

 

Eso sí, El quiso enseñarnos que, aparte de esa relación familiar que hace de padres e hijos la célula primordial de toda la sociedad humana, existe otra que proviene de la elevación del ser humano a la filiación divina.

 

Por ser hijos de Dios, especialmente a través del Bautismo, nos convertimos en miembros de su familia, de modo que somos también hermanos los unos de los otros. Eso nos obliga a velar por los demás y a considerar a todo ser humano, incluso a los que no están bautizados, como verdaderos hermanos por la voluntad de Dios.

 

Los miembros de esta familia tiene que tener una especial característica: cumplir la voluntad de Dios en sus vidas.

 

Y si esto es así, podríamos preguntarnos: ¿Quién en este mundo ha cumplido mejor la voluntad del Padre, fuera de Jesús, que aquella que fue elegida para ser su madre?

 

Al anuncio del ángel, María no sólo experimentó gozo, sino también preocupación, pues pudo conocer que lo que de ella se pedía no sería una procesión triunfal. No obstante ella respondió: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lucas 1,38).