Anestesias malignas
P. Fernando Pascual
24-4-2021
Una anestesia maligna toma
posesión, poco a poco, de la mente y de los corazones de las personas, hasta el
punto de que ya no son capaces de reaccionar ante las mentiras, los peligros,
los abusos de otros.
Las anestesias malignas suelen
iniciar de un modo inofensivo. Se trata solo de abrir una página de Internet y
ver una noticia. Luego llega el enlace a un vídeo. Luego, una propaganda.
Luego, una invitación a una conferencia.
Una idea perniciosa, o un
estilo de vida orientado al egoísmo y al mal, entra con suavidad en la
imaginación, la memoria, las reflexiones de miles de personas, hasta el punto
de que ven como normal lo que en sí mismo es algo injusto y pecaminoso.
Cuando se analizan procesos como
los que llevaron a millones de personas a una anarquía aberrante, o a una
dictadura despiadada, o a un odio racial contra inocentes, sorprende ver la
facilidad con la que anestesias malignas llegaron a secuestrar a pueblos
enteros.
Lo que vemos en hechos del
pasado también ocurre en el presente, en modos que quizá solo lleguemos a
reconocer demasiado tarde, cuando alzar la voz contra el tirano signifique ser
aplastados por sus incontables seguidores.
Es cierto que suelen surgir
voces que denuncian el avance de la mentira, que delatan las manipulaciones,
que avisan ante los peligros de un consumismo loco o de un desenfreno en el
abuso de alcohol, drogas o juegos electrónicos.
Pero esas voces parecen como
un indefenso David ante un moderno Goliat, mil veces más poderoso que en el
pasado, porque cuenta con apoyos en medios de comunicación, proveedores de
Internet, bancos, incluso entre quienes destacan en el mundo de la cultura.
Frente al peligro, presente
hoy como en el pasado, de sucumbir ante una anestesia maligna y terminar como
esclavos de la mentira, hace falta volver la mirada y el corazón a quien hace
2000 años caminó por tierras de Palestina y anunció el verdadero mensaje que
salva.
Sí: Jesús de Nazaret, Hijo del
Padre e Hijo de la Virgen María, puede librarnos del poder el pecado, de la
muerte, del demonio, y devolvernos la vista interior que nos permita denunciar
mentiras y anunciar el mensaje que permite avanzar hacia la vocación más
hermosa: vivir la caridad.
Hoy, como en cada momento de
la historia, necesitamos de Cristo: de su Evangelio, de sus milagros, de su
presencia humilde y fuerte; firme ante cualquier engaño y consoladora para
todos los que sufren y lloran por tantas injusticias, pero conservan en el
corazón la esperanza del triunfo definitivo del Amor del Padre de los cielos.