Aristóteles, medicinas,
vacunas y accidentes
P. Fernando Pascual
29-5-2021
Para Aristóteles, la ciencia
estudia las cosas que actúan siempre de la misma manera o, al menos, de un modo
uniforme en la mayoría de los casos.
Así, distingue entre lo que es
necesariamente siempre igual (una piedra es dura), o lo que la mayoría de las
veces sería igual, pero con pequeñas variaciones (en el verano casi siempre
hace calor, pero a veces llega un agradable viento fresco).
Esto se puede aplicar de un
modo concreto al mundo de las innumerables medicinas y de las vacunas que usamos los
seres humanos.
Una medicina tiene una serie
de compuestos que son materiales y, por lo tanto, necesariamente se comportan
como todo lo material: tienen masa, tienen peso, están sujetas a la generación
y a la corrupción.
En cambio, los efectos del uso
de las medicinas no son fijos ni iguales para todos, sino que en la mayoría de
los casos coinciden, pero existen excepciones y variables que explican efectos
no siempre deseados.
Esos efectos no deseados, tal
vez minoritarios, que pueden provocar daños colaterales en algunas personas,
eran vistos por Aristóteles como “accidentes”.
Esa palabra, “accidentes”, no
hay que entenderla como la entendemos en el lenguaje común, si bien ese lenguaje
común tiene algo de aristotélico. Para Aristóteles, accidente es simplemente lo
que ocurre no necesariamente ni en la mayoría de los casos. Por ejemplo, como
ya dijimos, cuando en el verano tenemos un día fresco.
El mundo farmacéutico sabe que
existen accidentes en quienes consumen esta pastilla para el dolor de cabeza, o
para la alergia, o para superar una infección intestinal. Normalmente, esos
accidentes son minoritarios, pero no por ello pierden su dramatismo: en
ocasiones una pastilla puede provocar daños muy graves o incluso la muerte de
una persona.
También existen accidentes en
el uso de vacunas, como la experiencia de los últimos meses ha mostrado,
incluso con resultados fatales que sorprenden, que crean inquietudes al
difundirse en prensa o redes sociales, que llevan a un dolor inmenso a los
familiares que han visto morir a quien, en aparente salud, buscaba seguridad
con una vacuna.
Todo ello, según Aristóteles,
tiene su origen en lo propio del mundo material: siempre está abierto a lo
indeterminado. Porque, según enseñaba el famoso filósofo griego, todo lo que
tiene materia puede comportarse de manera imprevisible en algunos casos, aunque
sean poco frecuentes.
Por ello, continuaba
Aristóteles, no existe ciencia de los accidentes. Ciertamente, en la caja de
unas pastillas podemos leer que provoca, en un porcentaje bajo de casos (por
ejemplo, el 1%) dolores de cabeza o nauseas; pero ello no nos permite saber si
causará esos efectos en esta persona concreta, o si causará otros efectos,
previsibles o no previsibles.
Tener presente estas
reflexiones del mundo antiguo puede servirnos de ayuda para tener una sana
prudencia, a la hora de usar una medicina o recibir una vacuna; y para
reconocer que nunca seremos capaces de descifrar las mil variables que rodean
nuestras vidas y que generan accidentes imprevisibles, también cuando
consumimos un producto farmacéutico.
Lo cual no significa dejar de
ser responsables ante lo que hacemos o lo que dejamos de hacer (también hay
accidentes para quien renuncia a una medicina o una vacuna), sino aceptar que
en la vida hay un horizonte de indeterminaciones con las cuales tenemos que
convivir de modo realístico y sereno.