El origen del Estado según
Platón
P. Fernando Pascual
5-6-2021
Hay aspectos de la teoría
política de Platón que son ampliamente conocidos: la división de los ciudadanos
en tres grandes grupos, el proyecto de que los filósofos lleguen a ser gobernantes,
la igualdad entre hombres y mujeres en los cargos públicos y en el ejército, el
comunismo de bienes y de familiares en los dirigentes y guardianes.
Otros aspectos, sin embargo,
no siempre son recordados, sobre todo cuando Sócrates presenta, al inicio del
libro II de la “República”, una teoría sobre el origen del Estado desde algunos
sencillos criterios fundamentales.
¿Cuáles son esos criterios? El
primero consiste en reconocer que los seres humanos no son autosuficientes, no
pueden sobrevivir solos, por lo que necesitan continuamente el apoyo de otros.
Gracias a ese apoyo mutuo, las personas se complementan desde sus respectivas
habilidades y competencias.
Así aparece el segundo
criterio: para realizar de modo adecuado una tarea que ayuda a otros, por
ejemplo, el cultivo de la tierra, o la medicina, o la defensa de la ciudad,
hace falta especializarse, pues los seres humanos solamente pueden emprender
bien una única actividad. Quien aspira a ejercer varias profesiones o
actividades a la vez, no logrará la perfección (la virtud, la excelencia) en
ninguna de ellas.
El tercer criterio se fija en
el tema de la oportunidad. Para que una persona realice su profesión de modo
óptimo, necesita contar con plena disponibilidad para la misma, de forma que
ejercite su trabajo en los momentos adecuados y sin retrasos perjudiciales.
Ello es bastante claro en el
tema del cultivo de la tierra: si un campesino debe preocuparse por hacer su
vestido, arreglar las paredes de su casa, y otras actividades, no estará
disponible para preparar la tierra a la siembra cuando llega el momento para
ello.
Estos criterios han recibido y
reciben diversas críticas, sobre todo lo que se refiere a la división de
ciudadanos según sus aptitudes. Experiencias totalitarias del siglo XX, como el
comunismo o el nazismo, han mostrado hasta qué punto el control férreo del
Estado sobre los individuos, y su distribución en las distintas profesiones
desde arriba, implica riesgos y abusos de todo tipo.
También la literatura ha
denunciado esa tesis. Podemos recordar novelas como “1984”, de Orwell, o “Brave new world” de Huxley, o,
recientemente, “The Giver”, de Lowry.
Sin dejar de reconocer los
riesgos que surgen si el Estado busca imponer a la gente lo que tienen que
hacer, no podemos negar que también los sistemas democráticos buscan un buen
servicio profesional de cada trabajador en los diferentes ámbitos de la vida,
lo cual se acerca mucho a la tesis platónica de que resulta beneficioso a la
ciudad el que cada uno se especialice en aquello para lo que estaría mejor
dotado.
A lo largo de la historia se
han elaborado muchas teorías políticas que todavía hoy generan interesantes
debates y ayudan en la búsqueda de leyes, de sistemas educativos, de
organizaciones laborales, orientadas a un objetivo clave que Platón ya había
reconocido en su tiempo: el buen funcionamiento de la ciudad en su conjunto
redunda en el bien de todos y de cada uno de los ciudadanos.
Sobre las maneras de lograr
ese objetivo las discusiones pueden ser casi interminables. Pero no podemos
negar que pueblos, ciudades, Estados y asociaciones internacionales orientados
a buscar el bien común, deberán siempre tener en mente en qué maneras tal bien
común es alcanzado desde la colaboración de personas competentes y honestas, de
ciudadanos que sepan servir a la colectividad gracias a la excelencia alcanzada
en sus respectivas profesiones.