Jesús, Dios y Hombre
P. Fernando Pascual
19-6-2021
Dios llama a las puertas de la historia
humana, con respeto, con un amor sin límites. Pide nuestro permiso, suplica
nuestra colaboración. Si le damos el sí, si nos abrimos a su amor, el mundo cambia,
se hace más luminoso, más justo, más bueno.
La encarnación del Verbo nos acerca a Dios, y
nos permite tocar a un Cristo muy nuestro. Un Cristo que comparte nuestra
suerte, que conoce los dolores y las esperanzas de los hombres. Un Cristo que
es Dios y Hombre.
Jesús, Hijo del Padre e Hijo de María,
recorrerá caminos polvorientos. Sentirá el calor del sol sobre su cuerpo. Sabrá
lo que es el hambre y la sed. Gozará con el canto de los pájaros y con el
viento que acaricia las cosechas.
También tocará a los enfermos y a los que
sufren, y les dará la gracia de la fe y del consuelo. Llorará ante la traición
y el rechazo de los suyos, de sus amigos. Pero, sobre todo, borrará nuestro
pecado, pondrá en paz nuestros corazones.
El Espíritu Santo nos dice, por boca de san
Pablo, que la salvación ya es realidad: el amor ha vencido al pecado. La venida
de Cristo cambia nuestras vidas.
“Estamos en paz con Dios, por nuestro Señor
Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta
gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios (...). En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo
señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por
un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues,
justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando
éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con
cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rm 5,1‑10).
Desde que Cristo vino al mundo, la vida de
cada hombre y de cada mujer está tocada por el amor de Dios, tiene un valor
único. La caridad nace, como fruto natural, de esta verdad: Dios se ha unido,
desde la Encarnación de Cristo, a todos los hombres, a cada uno, también a mi
enemigo...
Contemplo a ese Dios Hombre que me permite
ser, de verdad, hijo del Padre. Le doy las gracias desde lo más profundo del
corazón. Y le pregunto, en medio de la confusión y el gozo: ¿por qué me has
amado?
El amor gratuito de Dios, en Jesucristo, se
ofrece a mí, a todos, en este día. Basta con abrir los ojos del alma y se
produce el milagro de la acogida, el ingreso de la gracia, la llegada del amor.
La historia sigue su curso. Muchos no han
descubierto al Redentor, y lloran y gimen, desesperados, cazando espejismos que
no salvan. Los santos, y son muchos, miran al Hijo de María. Sus vidas nos
señalan que es posible la felicidad, incluso en medio del dolor y de la prueba,
y que Dios perdona todo pecado si nos acercamos, con un corazón humilde, a
Jesucristo, al Dios hecho hombre.
Te necesito así, Jesús, hombre como nosotros,
caminante humilde en los campos del mundo, Redentor de nuestras vidas, amigo en
los momentos de paz y de lucha, misericordia y esperanza que nos comunica una
vida que empieza ahora y llega hasta la casa eterna del Padre.