Dos miedos que se cruzan
P. Fernando Pascual
26-6-2021
Una epidemia, una crisis
económica, un aumento de la criminalidad, explican el surgimiento de dos miedos
que, luego, provocan deseos y comportamientos que pueden ser antagónicos.
El primer miedo es el que
surge ante el peligro: saber que hay un virus que gira sin control, que provoca
una enfermedad seria, que lleva a la muerte a miles de personas, genera
angustia, ansiedad, deseos de protección.
El segundo miedo, que puede
convivir con el primero, nace ante las decisiones que se toman para afrontar un
peligro. Así, si la prensa, la mayoría de las personas, los políticos,
promueven fuertes medidas de control para evitar daños de la epidemia, algunas
personas temen perder su libertad o sucumbir bajo formas más o menos serias de
totalitarismo.
Es cierto que el miedo ante un
peligro lleva a buscar cómo evitarlo, incluso con medidas que pueden ser
radicales. Pero la historia nos recuerda que el miedo puede llevar a decisiones
que vulneran derechos fundamentales o que provocan más daños que beneficios.
El segundo miedo, normalmente,
busca superar el riesgo anterior, pero puede llevar a otro riesgo. Quienes no
desean perder la propia libertad, pueden presionar tanto a las autoridades a no
tomar medidas eficaces, que una enfermedad grave podría difundirse rápidamente
hasta colapsar casi por completo la vida social.
Ante cualquier situación que
implique amenaza, peligro, daño, es bueno mantener una buena dosis de sangre
fría para tomar medidas que sean beneficiosas en un sentido completo. Es decir,
que no lleven a excesos de intervención ni a inhibiciones que luego muchos
lamenten.
Por eso, hay que saber
encauzar los dos miedos que surgen en estas situaciones y que se cruzan entre
sí, para lograr un equilibrio basado en la justicia, en la atención a los
problemas en su integridad, y en la escucha de las opiniones razonables de la
gente.
De este modo, se evitará que
el miedo ante el peligro, llevado hasta lo patológico, llegue a desembocar en
una asfixia casi completa de la vida y de los derechos de las personas.
Se evitarán también los
posibles daños del miedo opuesto, que surge cuando la gente está asustada al
creer que perderá sus derechos, y que en ocasiones genera desconfianzas
irracionales hacia los científicos, los políticos, los médicos, que necesitan
el apoyo de la sociedad para afrontar serenamente situaciones de alto riesgo.
Lo correcto sería no abusar de
estos dos miedos, pero sí encauzarlos para que el primer miedo permita tomar en
serio un peligro para actuar con los medios más eficaces; y el segundo miedo
ayude a las autoridades a escoger medidas prudentes y respetuosas de los
derechos fundamentales y de las dimensiones necesarias para que toda vida
humana sea respetada en su dignidad.