Dejaron huella en la propia
vida
P. Fernando Pascual
11-9-2021
Hay personas, más de las que
recordamos, que dejaron una huella en la propia vida, que configuraron modos de
pensar, de sentir, de reaccionar.
Si dedicáramos unos momentos
para enumerarlas, encontraríamos, con sorpresa, que son tantas, y que
influyeron en nosotros de modos a veces muy diferentes.
Desde luego, han dejado una
huella enorme nuestros padres, y seguramente otros familiares. Les debemos
mucho, no solo cuidados, pues empezamos a vivir gracias a ellos.
Dejaron huella también
maestros y educadores en diversos niveles, algunos quizá no recordados pero que
nos plasmaron de modos a veces sorprendentes.
Dejan huella, incluso hoy,
autores de libros de todo tipo, o directores de cine, o compositores de música,
o conferencistas, o “influencers”: ideas y emociones
que nos caracterizan tuvieron su origen gracias a ellos.
La lista podría seguir de modo
casi indefinido: amigos, conocidos, compañeros de estudios, vecinos, colaboradores
en trabajos puntuales o en empleos más estables.
En ocasiones, una marca en
nuestras almas fue dejada por quien simplemente se sentó a nuestro lado en un
viaje de tren y nos sorprendió con un testimonio sobre otro modo de afrontar el
presente.
Lo que esas personas,
queriendo o sin querer, hicieron en nuestras vidas puede ser positivo o
negativo, estimulante o inhibidor, ejemplar o escandaloso.
La reflexión sobre quiénes
dejaron huella en mi vida sería incompleta si no me preguntase: ¿qué tipo de
influjo he ejercido yo en otros a lo largo de los años de vida que Dios me ha
concedido?
Porque si mucho de lo que soy
y lo que hago es posible desde otros, también, en una medida seguramente “pequeña”,
pero no por ello menos importante, yo he dejado huella en la existencia de
otros.
A quienes me hicieron algún
daño, a quienes apagaron ilusiones sanas, a quienes me apartaron de personas
buenas, puedo perdonarles, al mismo tiempo que busco curar las heridas que tal
vez siguen todavía abiertas.
A quienes, y son muchos, me
hicieron el bien, me animaron ante un fracaso, me sugirieron un plan
maravilloso para la propia vida, les doy las gracias de corazón.
Espero que algún día podamos
reunirnos todos, con la alegría del perdón que Dios ofrece sin medida, y con la
gratitud que surge al descubrir tantas huellas fecundas que corazones buenos y
generosos han sembrado en nuestras almas.