Acciones y virtudes

P. Fernando Pascual

2-10-2021

 

No hace falta esperar a la psicología moderna para reconocer algo que ya habían explicado Platón y Aristóteles: que las acciones que realizamos configuran nuestro modo de ser y facilitan o dificultan las virtudes.

 

Cuando uno come un plato de arroz o una buena sandía, experimenta placer o dolor en distintos niveles. Ese placer o ese dolor predisponen para repetir con más agrado, o para apartarse con temor, de esa comida concreta.

 

Esto vale para casi todas las actividades, desde el beber un vaso de agua fría hasta leer un difícil libro de filosofía. Lo que provoca agrado, queda “reforzado”. Lo que provoca desagrado, queda “debilitado”.

 

El agrado o desagrado no se limitan al nivel de sensaciones del cuerpo, de ese placer que llamamos sensible. Se aplican también a niveles más internos, que algunos llaman espirituales.

 

Así, ayudar a la limpieza de un enfermo en el hospital no resulta agradable desde el punto de vista sensible, pero puede provocar en nuestro corazón alegría al descubrir que somos útiles y al ver cómo ese enfermo es atendido.

 

Si tenemos presente este modo de ser tan típico de nuestra condición humana, pondremos más atención antes de determinar cómo vamos a emplear estas horas, este día, esta semana.

 

Porque según lo que decidamos, y lo que luego experimentemos, configuraremos ese modo de ser que luego facilitará volver a poner en obra algo que sea bueno (y así conquistaremos virtudes) o malo (y empezaremos a encadenarnos a algún vicio).

 

Hay que añadir una observación importante: no somos prisioneros de nuestro pasado. Quien hoy tomó una decisión equivocada que de por sí lo llevaría hacia un vicio, puede, con un esfuerzo de voluntad, y con la ayuda de Dios, arrepentirse, cambiar de ruta, y emprender el camino que conduce hacia las virtudes.

 

Al mismo tiempo, hay que señalar que en muchas ocasiones resulta costoso dejar un mal hábito, sobre todo si está acompañado por un placer que ya nos resulta familiar. Por eso, vale la pena un esfuerzo inicial para evitar que malas acciones nos lleven a dependencias dañinas.

 

La alegría que se consigue, en nuestro espíritu, cuando nos libramos de algún vicio y cuando avanzamos hacia una virtud, nos ayudará a seguir adelante para que nuestra vida se oriente a todo aquello que vale la pena. Sobre todo, a lo que resulta más importante: amar a Dios y a los hermanos.