El premio de cada acto bueno
P. Fernando Pascual
9-10-2021
Dicen que el pecado incluye su
propio castigo. No siempre se ve a primera vista, pero tarde o temprano ese
gesto de egoísmo, de avaricia, de lujuria, de pereza, pasa la cuenta, provoca
males para uno mismo y para otros.
Podríamos añadir que cada acto
bueno incluye su propio premio. Porque cuando uno ama, sirve, ayuda,
experimenta esa sana alegría de haber realizado lo justo, al mismo tiempo que
percibe el bien que ha comunicado a otros.
Toda la existencia humana se
construye así: desde decisiones que no solo escriben una biografía, sino que
abren espacios al mal o al bien, a la tristeza o a la felicidad auténtica.
Desde luego, no resulta
correcto hacer lo justo, lo noble, lo bueno, porque esperamos un premio, una
gratificación, un aplauso. La acción auténticamente bella está revestida de
cierto “desinterés”.
Pero tampoco es correcto
pensar que somos espíritus puros, indiferentes a cualquier reconocimiento,
cuando en realidad Dios nos ha hecho para ser felices, para lograr una plenitud
a través de decisiones bien tomadas.
Por eso, en el camino hacia la
vida ética ayuda mucho descubrir esos pequeños o grandes premios que recibimos
como fruto de cada acto bueno que hemos realizado.
Esos premios nos consuelan,
nos fortalecen, nos impulsan a seguir por el buen camino. Constatar que nuestra
decisión ha mejorado la vida en la familia, ha vencido una injusticia, ha
consolado a quien estaba triste, coincide con un premio asequible a todos: la
satisfacción de haber hecho lo que teníamos que hacer.
Habrá momentos en los que ese
premio no sea visible. Incluso parecerá, en ocasiones, que nuestro acto bueno
ha desatado alguna tempestad misteriosa, hostilidad y rabia en quienes tienen
mal corazón y nos pagan con el mal lo que hicimos por su bien.
En esos momentos, podemos
unirnos a Cristo en la cruz, y aprender que el premio auténtico, seguro, surge
de la entrega total, por amor, a lo que Dios Padre nos pide en cada momento.
Porque, cuando hacemos el bien
por amor, y con un completo abandono en las manos de Dios, la belleza avanza en
el mundo, y los corazones se abren al premio definitivo y eterno de la
Pascua...