Felicidad y sufrimiento
P. Fernando Pascual
9-10-2021
Queremos ser felices. Tenemos
miedo de no llegar a serlo. Sobre todo, sentimos angustia ante lo que vemos
como el gran enemigo de la felicidad: el sufrimiento.
Por eso, en nuestro camino
hacia la felicidad, buscamos cómo apartar el sufrimiento, cómo paliar los
diversos dolores que van llegando.
Habrá quien diga que no tiene
sentido “perder” la felicidad que está ahora en nuestras manos por culpa del
miedo a un sufrimiento futuro que quizá nunca llegue.
Epicuro, entre otros,
intentaron apartarnos de miedos considerados como inconsistentes, pues
impedirían aprovechar la felicidad asequible en lo que ahora nos ofrece el
presente.
Pero ni los consejos de la
filosofía, ni los apoyos de buenos psicólogos, ni medicinas que alivian ciertos
sufrimientos físicos o mentales, son suficientes para superar ese gran enigma
del dolor humano.
Porque nuestra felicidad queda
disminuida no solo cuando perdemos la salud, o el trabajo, o la fama, sino
también cuando vemos sufrir a un ser querido, cuando constatamos la angustia de
personas cercanas o lejanas que padecen injusticias y dramas que parecen
interminables.
A pesar de tantos
sufrimientos, el deseo de felicidad nos lleva a buscar caminos para paliar
penas, para orientar el deseo a lo posible y bueno, para crecer en la vocación
que nos caracteriza: la de amor.
En la búsqueda de la
felicidad, encontramos una ayuda singular, decisiva, en el mensaje de Cristo.
Con su humildad, su mansedumbre, su abandono en manos de su Padre, nos enseñó
que hay vida, plenitud, bienaventuranza, incluso en medio de sufrimientos
incomprensibles.
Este día habrá momentos
mejores y momentos peores. Junto a los gozos sencillos (un vaso de agua fresca,
el saludo de un familiar que nos anima) encontraremos sufrimientos previstos o
insospechados (un dolor de cabeza, un gesto de desprecio de quien pensábamos
era un amigo).
Lo importante, ante tantas
variaciones, ante lo imprevisible de los dolores que llegan y hieren nuestros
cuerpos o nuestras almas, es abrirnos al amor de Dios, Padre bueno, y aprender
de Él que nosotros podemos ofrecer alivio y apoyo a quienes, a nuestro lado,
comparten alegrías y penas que forman parte de toda existencia humana.