Arriesgar
P. Fernando Pascual
22-10-2021
Nos cuesta arriesgar. Muchas
veces preferimos lo seguro, lo fácil, lo que implica pocos esfuerzos y el
mínimo de peligros.
Pero optar por una vida gris,
monótona, lleva a males insospechados. Entre esos males, el primero consiste en
una extraña tristeza ante la falta de ideales nobles.
Cuando uno descubre la belleza
de la justicia, del amor, del servicio, rompe con las cadenas del miedo y del
egoísmo y está listo para el riesgo.
No se trata de arriesgar sin
ideas claras, ni de poner en peligro la salud o la vida de otros, sobre todo de
aquellos a los que amamos.
Se trata más bien de arriesgar
con sencillez, con prudencia, con gestos concretos que están a la mano de
muchos.
Es un riesgo visitar a ciertos
enfermos, o prescindir de parte de los propios ahorros ante una urgencia
humanitaria.
Riesgos así, incluso hasta el
heroísmo, hacen bella la propia existencia y, sobre todo, sirven de alivio para
quienes necesitan una mano.
Ahí radica la belleza del riesgo
hermoso: posponer algo “nuestro” para dedicarnos al servicio del otro.
El mundo cuenta, gracias a
Dios, con quienes han arriesgado y arriesgan mucho, para bien de enfermos,
pobres, ancianos, personas vulnerables, hijos antes del parto.
Quienes arriesgan dan un
ejemplo que puede ser contagioso, al animar a otros a dejar a un lado
seguridades vacías o miedos paralizantes, y a abrirse a la escucha de las
necesidades de los demás.
Esa escucha dispondrá nuestra
mente y nuestro corazón a emprender acciones generosas, incluso arriesgadas,
para dar una mano.
Entonces nuestras vidas se
embellecen, porque hemos aprendido a seguir las huellas de Cristo, que lo
arriesgó todo simplemente porque nos amaba...