Desconfianzas y confianzas

P. Fernando Pascual

22-10-2021

 

Desconfiamos cuando hemos sido traicionados, cuando descubrimos la mentira del otro, cuando notamos que ha faltado a su palabra, cuando llegamos a pensar que cada uno busca solamente sus propios intereses.

 

Empezamos a confiar cuando descubrimos la sinceridad de un amigo, cuando encontramos a alguien que mantiene su palabra a nuestro favor hasta llegar incluso a arriesgar y perder algo que es suyo.

 

En la vida de cada uno conviven desconfianzas y confianzas. Las primeras nos hacen ser cautelosos, vivir con miedo, apartarnos del desconocido, sospechar de quienes hacen promesas halagüeñas.

 

Las confianzas, en cambio, nos permiten acoger al otro, arriesgar un poco con la esperanza de que esta vez la promesa será sincera, que la ayuda ofrecida es desinteresada, que alguien busca, realmente, mi bien.

 

Si nos da pena tener motivos de desconfianza, y si nos alegra encontrar personas buenas en las que podemos confiar, ¿no podemos preguntarnos si somos personas que suscitan en otros una confianza sana y segura?

 

Los demás pueden fallarnos, lo hemos experimentado tantas veces. Pero también nosotros hemos fallado, hemos herido, hemos abandonado a quien puso, en algún momento de su vida, su confianza en nosotros.

 

Para que el mundo empiece a tener menos desconfianzas, y para que las confianzas estén bien fundadas y sirvan de alivio a quienes necesitan una mano de ayuda, hemos de dar pasos concretos para empezar a ser hombres y mujeres confiables.

 

El mundo está lleno de palabras falsas, de promesas vacías, de gestos de afecto que esconden, detrás, una zancadilla o un puñal. El mundo necesita ser curado con personas íntegras, honestas, dispuestas a apoyar a los cercanos.

 

Entonces podremos hacer presente, en este “valle de lágrimas”, esa bondad de Dios, nuestro Padre, que “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45), y que merece, siempre, toda nuestra confianza.