La realidad de las leyes
P. Fernando Pascual
27-11-2021
Idealmente, las leyes tienen
sentido porque defienden a los débiles, porque promueven bienes esenciales para
la gente, porque garantizan el ejercicio de los derechos fundamentales, porque asumen
peticiones buenas que surgen del pueblo.
La realidad, sin embargo, está
muy lejos del ideal. Porque hay leyes que son aprobadas por mayorías que buscan
intereses particulares, o por presiones de grupos de poder que controlan la
prensa y el flujo de dinero.
Así, un parlamento puede
aprobar una ley que aumenta impuestos en productos básicos para que el gobierno
pague deudas causadas por su pésima gestión y, por desgracia, para subir el
salario (ya muy alto) de algunos funcionarios públicos.
O puede aprobar otra ley que,
sin basarse en necesidades y peticiones de la gente, permite el uso de drogas
que, a la larga, provocarán grandes daños en las personas concretas y en miles
de familias.
O puede ceder a las presiones
ideológicas de un partido dominante para imponer a la sociedad una férrea
censura que impide criticar al gobierno y ahogue el sano debate en la sociedad
sobre temas en los que vale la pena escuchar opiniones diferentes.
A pesar de que existen tantas
leyes basadas en presiones, intereses, ideologías, o incluso en caprichos de
gobernantes que buscan ocultar sus escándalos personales, los parlamentarios
que aprueban esas leyes buscan presentarlas como un bien para la sociedad.
Esa actitud hipócrita y
desleal que lleva a presentar como justo y conveniente lo que es injusto y
dañino, implica un reconocimiento más o menos implícito de que la ley necesita
sostenerse en principios válidos y en la búsqueda del bien común.
Por eso, tantas leyes injustas
son defendidas con excusas que las hagan parecer como necesarias en este
momento del país, o por exigencia de mayorías difícilmente constatables, o
simplemente por el hecho de que “la gente ha elegido este parlamento y por eso
lo que decide es correcto”.
En realidad, solo es correcta
una ley cuando se basa en la justicia, cuando busca tutelar a los más débiles,
cuando castiga adecuadamente la corrupción, cuando garantiza tanto la
iniciativa privada como la necesaria protección de los trabajadores.
El mundo ha sufrido y sufre
por tantas leyes hechas por poderosos (dictadores o parlamentos, grupos de
poder y manipuladores de la opinión pública) que buscan imponer sus intereses
mientras provocan graves daños para personas concretas y para toda la sociedad.
Frente a todo el dolor causado
por leyes inicuas, los hombres y mujeres que amen la justicia sabrán oponerse a
esas leyes con medios adecuados, también con la objeción de conciencia, al
mismo tiempo que promoverán otras leyes que busquen, realmente, garantizar el
bien común y proteger los derechos fundamentales de todos.