Actualidad de la ética de
Aristóteles
P. Fernando Pascual
2-4-2022
Para vivir bien, según una
sana ética, necesitamos ayuda. Entre las ayudas que nos han llegado del pasado,
¿qué valor pueda conservar en nuestros días la que elaboró Aristóteles hace más
de 2300 años?
Como un esbozo para responder
a esa pregunta, sería de ayuda recordar algunos rasgos de las propuestas que
Aristóteles elaboró en una de sus obras más famosas, la Ética nicomáquea.
Lo primero que salta a la
vista es la condición especial de la ética, que no puede ser vista como algo
fijo, seguro, estable. El motivo es sencillo: al considerar las acciones
humanas, la ética mira lo particular, lo contingente, lo que puede ser
realizado por el ser humano de muchas maneras diferentes.
Se trata, así, de una
disciplina no teórica, sino práctica. Además, no se limita a describir los
comportamientos, sino que aspira a comprender mejor, como ayuda a quienes
estudian ética, aquellas pistas que orientan las decisiones y mejoran las
acciones.
Ciertamente, cuando
Aristóteles reflexiona sobre la ética, lo hace con ideas de lo que hoy llamamos
lógica, y también con aportaciones de su metafísica. Así, al pensar en las
acciones, sabe que se sitúan en lo posible, contingente, y que configuran
disposiciones que facilitan (u obstaculizan) la repetición de ciertos actos.
Al mismo tiempo, tiene
presentes reflexiones de antropología y de biología en general. Según sus
análisis, el ser humano estaría constituido de un modo abierto que le haría apto
para adquirir modificaciones estables (disposiciones o hábitos), que pueden ser
buenas (virtudes) o malas (vicios).
Esas modificaciones se plasman
a través de actos concretos. Un modo adecuado de comer permite adquirir una
virtud, templanza, que facilita repetir los actos buenos y así alcanzar los
beneficios de una sana dieta.
No resulta fácil, reconoce
Aristóteles, encontrar en qué manera realizar actos buenos. En parte, porque
hay ámbitos donde no hay certezas absolutas (por ejemplo, sobre la cantidad de
comida después de una fuerte actividad física). En parte, porque uno mismo
puede engañarse por diversos motivos.
Lo importante es reflexionar
bien antes de tomar las decisiones concretas, siempre con la mirada puesta en
el fin (coincide con el bien) que permite lograr una existencia plena. Tal
existencia plena podría ser representada con la palabra griega eudaimonía,
que se traduce normalmente como felicidad, en el sentido de algo que lleva a su
perfección la propia existencia humana.
Además, hace falta recibir
ayuda de quienes han recorrido un trecho significativo de la propia existencia,
en orden a recibir buenos ejemplos y consejos para deliberar y escoger con
menores fallos y con mayor cercanía a lo que resulte mejor para cada uno.
Si uno reflexiona bien, si se
deja acompañar, si sabe aprender de los errores, podrá avanzar en su propio
camino personal con la ayuda de virtudes, que son disposiciones buenas que
facilitan la realización de acciones orientadas hacia su objetivo (fin) más
perfecto entre las diversas posibilidades que existen ante nosotros.
Se comprende así por qué
Aristóteles relaciona la ética con la política, en cuanto que para él las
ciudades tienen una función educativa, cuando los gobernantes establecen lo que
se puede hacer y lo que no se debe hacer, y cuando promueven el bien entre la
gente, sobre todo en las nuevas generaciones.
Hay muchos otros aspectos que
se podrían señalar como característicos de la ética aristotélica, por ejemplo,
las importantes reflexiones sobre la amistad, la elaboración de una sugestiva
teoría sobre la justicia, las explicaciones sobre la vida familiar, o la
descripción de las virtudes intelectuales y morales.
Un buen estudio de esta teoría
muestra su sorprendente actualidad, cuando se constata cómo también el hombre
de hoy (como el de cada generación) anhela la plenitud, se plantea cómo tomar
buenas decisiones, y busca, con mayor o menor conciencia, modelos éticos que le
permitan orientarse bien en el camino de la vida.
Sobre todo, muestra su
actualidad al hablarnos sobre la felicidad, vista no como un estado pasajero y
subjetivo, sino como una plenitud que incluye todas las dimensiones de la
condición humana, desde las más íntimas y personales, hasta las que se refieren
a nuestras relaciones con otros y con la ciudad (hoy diríamos el propio país)
en sus articulaciones más genuinas.