Moverse entre mentiras
P. Fernando Pascual
7-5-2022
Las mentiras siempre han
existido. Además, han encontrado una amplia acogida en importantes medios de
comunicación. Por desgracia, se hacen mucho más frecuentes cuando estalla una
guerra.
Así, un medio informativo
habla de victorias de unos y derrotas de otros. Otro medio dice todo lo
contrario. Unos acusan a los de lazo blanco de violencias sobre civiles. Otros
acusan a los del lazo amarillo de crímenes de guerra.
Las peores mentiras son las
que están mezcladas con verdades, porque pueden provocar dos reacciones en los
lectores. La primera: creer que todo es falso, porque algunos datos eran
falsos. La segunda: creer que todo es verdadero porque algunos datos eran
verdaderos...
No resulta fácil moverse entre
mentiras, porque ellas cierran el paso a la verdad y oscurecen las
posibilidades de comprender un poco mejor el mundo en el que vivimos y las
acciones y omisiones de quienes buscan dirigir los destinos humanos.
Ante tantas mentiras y
engaños, se impone un esfuerzo serio para separar el grano de la paja, para
reconocer la verdad aunque la diga un mentiroso, y para denunciar la mentira
aunque la diga aquel hacia el que sentimos simpatía.
Ese esfuerzo no siempre
logrará el resultado esperado, pues más de una vez llegaremos a considerar como
falso lo que era verdadero, y confundiremos como verdad lo que era engaño y
manipulación.
Pero al menos tendremos
mejores posibilidades para no caer en la trampa de las mentiras, que consiste
en impulsar a la gente a simpatizar con unos y a odiar a otros, a comprar cosas
inútiles o a invertir en lo que luego puede arruinarnos.
En el mundo hay una mezcla
continua entre grandeza y miseria, valor y cobardía, justicia e injusticia,
honestidad y engaño. En ese mundo, con una buena dosis de prudencia, podremos
identificar lo bueno, aunque no esté donde lo esperábamos; y lo malo, aunque
nos sorprenda encontrarlo entre quienes creíamos buenos.
Luego, cuando la niebla de la
mentira se haga más densa, aprenderemos a esperar que el viento disipe
falsedades, y a no formular juicios precipitados que no pueden ser válidos por
estar fundados sobre arenas movedizas y espejismos que encandilan.
Sobre todo, aprenderemos a
reconocer que el único Juez que conoce por completo los corazones humanos es
Dios. Ese Dios nos invita continuamente a vivir en la verdad para, así,
promover un mundo un poco más justo y más solidario.