Dios a la puerta de mi alma
P. Fernando Pascual
14-5-2022
Hay en nuestro corazón un
deseo de bien, de belleza, de santidad. Pero también encontramos la fuerza del
mal, sentimos nuestra flaqueza y nuestra vulnerabilidad.
El pecado nos amenaza continuamente.
Muchas veces, abrimos la puerta a la tentación y experimentamos la caída, con
su dosis de engaño y de amargura. Porque en cada pecado creemos alcanzar algún
bien, pero lo único que logramos es el fracaso de quien se aleja del amor.
Al mismo tiempo, sabemos que
Dios está siempre a nuestro lado. A veces no lo percibimos, porque hay mucho
ruido, preocupaciones, músicas, inquietudes, anhelos, que nos impiden abrirnos
a su voz íntima y respetuosa.
Dios no se rinde ante nuestra
flaqueza, ni ante nuestras distracciones, ni ante nuestros pecados. Espera con
una paciencia que es sinónimo de amor paterno. Espera incluso con pequeñas
llamadas para que le abramos y así pueda limpiar nuestras almas.
Pensamos que es difícil la
conversión, que no podremos dejar aquel vicio, aquella costumbre desordenada.
En realidad, basta bien poco para que el cambio inicie: escuchar Su voz,
abrirle la puerta, dejar que nos purifique.
El trabajo principal lo
realizará Dios. Pero para ello necesita el permiso de mi libertad. Porque si yo
no quiero, entonces todo el poder divino parece imponente ante la oposición de
su creatura.
Este día seguramente
encontraré nuevas señales con las que Dios me susurrará su Amor, me invitará a
confiar, me iluminará para que reconozca mi culpa y la ponga ante su mirada de
Padre misericordioso.
Si le acojo, inicia el milagro
de la conversión, el cambio profundo de una vida que estaba ahogada por
preocupaciones de este mundo y que necesitaba aire nuevo y fresco.
“Mira que estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré
con él y él conmigo” (Ap 3,20).
La puerta del alma está
abierta. El milagro se hace realidad. El hijo recibe el abrazo de su Padre.
Empieza la fiesta, “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida;
estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,24).