Pensar según el fatalismo
P. Fernando Pascual
11-6-2022
Todos los días pasaba por una
calle poco iluminada. Un día le robaron todo lo que tenía.
Tenía un corazón muy generoso.
Un día descubrió que lo habían estafado y que estaba sin ahorros.
Había llegado a la
adolescencia. Un día avisaron a sus padres que lo acababan de encontrar fuera
de la escuela con una sobredosis de droga.
Ante ciertas noticias y
hechos, cercanos o lejanos, a veces escuchamos un comentario que se repite con
frecuencia: tarde o temprano, eso tenía que ocurrir.
Ese comentario puede ser una
fórmula vacía, pero en ocasiones refleja un modo de pensar según el fatalismo,
como si ciertas acciones estuviesen determinadas y tuvieran que ocurrir
necesariamente.
Hay casos en los que el “tenía
que ocurrir” resulta casi natural: si uno maneja su automóvil con nervios y sin
prestar atenciones a los otros, es casi seguro que llegará el día del
accidente.
Pero en otros casos el “tenía
que ocurrir” no era tan obvio. Incluso, si analizamos bien el desarrollo de los
hechos, podríamos concluir que aquello “no tenía que haber ocurrido”.
El fatalismo con el que se
interpretan ciertos hechos se construye desde una visión determinística, en la
que lo ocurrido sigue leyes férreas del destino que nadie podría evitar.
La realidad, en cambio, no es
fatalista, ni está sometida a un destino trágico, porque los seres humanos
podemos elegir entre diversas opciones y cambiar el desarrollo de los hechos.
Por eso, el hijo adolescente
no estaría determinado a drogarse, porque tiene en su mente y en su corazón la
capacidad para decir no a malos amigos y sí a actividades sanas y provechosas.
Como también esa persona de
gran corazón puede tener la suficiente dosis de prudencia que le permita
defenderse ante propuestas que parecen buenas pero que encierran insidias
destructivas.
No podemos pensar según el
fatalismo, porque tenemos en nuestras manos el poder de una libertad que
continuamente nos pone ante miles de opciones, malas o buenas.
Toca a cada uno formar la
propia mente y el propio corazón para entender mejor las opciones que descubre
ante sí, para apartarse de todo aquello que le dañe y dañe a otros, y para
recorrer caminos que lo acerquen al objetivo más hermoso: vivir en el amor a
Dios y a quienes viven a nuestro lado.