Cuando llega el final de mi
mundo
P. Fernando Pascual
14-7-2022
Con frecuencia se habla del
fin del mundo, de las señales que, según algunos, lo muestran cercano, de lo
que ocurrirá cuando llegue ese momento dramático.
Así, algunos interpretan las
epidemias, los volcanes, los tornados, las guerras, las crisis económicas, el
hambre, la apostasía de millones de seres humanos, como señales de que el final
del mundo sería “inminente”.
En realidad, la historia de la
humanidad está llena de momentos dramáticos: terremotos que causaron decenas de
miles de muertos, pestes que eliminaron más de la mitad de la población de
algunos lugares, hambres que provocaron millones de muertes.
Por eso, hoy, como siempre,
valen las palabras de Cristo: “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los
ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre” (Mt 24,36; cf. Mc
13,32‑33).
En cambio, lo que sí sabemos
es que un día llegará el “final de mi mundo”, es decir, el momento de mi
muerte, en la que abandonaré esta tierra para dirigirme al encuentro con el
Señor.
Frente a tantas voces que
hablan con alarmismos exagerados sobre la inminencia del final del mundo, lo
que necesitamos es tomar conciencia de que tarde o temprano llegará el final de
mi mundo.
Para ese momento, necesitamos
recordar la invitación del Señor, en el contexto de su mandato de amar expuesto
en Mt 25: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt
25,13).
Además, necesitamos orar, de
forma que resistamos ante tantas tentaciones, sobre todo las que nos quieren
llevar a ese terrible pecado de la desesperanza que surge cuando dejamos de
confiar en la misericordia de Dios.
El mundo sigue su camino.
Miles de males hoy, como en el pasado, llegan como noticias que nos confunden.
Cristo nos invita a estar despiertos, a no dejarnos aturdir por las malas
noticias, y a confiar.
“Os he dicho estas cosas para
que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he
vencido al mundo” (Jn 16,33).